Ha venido a verme porque le hacía ilusión conocerme en persona. Me ha dicho que en persona soy más alto y delgado pero que “en persona” le he trasmitido la misma serenidad y tranquilidad.
Y entre presentaciones y abrazos nos hemos sentado bajo la higuera mirando la ría.
– Yo me crie en una aldea como ésta, luego la vida y el trabajo me llevó para otros sitios. Entiendo perfectamente cuando escribes sobre esta tierra.
– Te veo con la misma serenidad que en nuestra última sesión y me gusta que sea así.
– Me acuerdo mucho de aquella última sesión, entender que el proceso también consiste en no entender todo lo que va sucediendo y va cambiando en mí y que la calma llega no cuando nos resignamos sino cuando aceptamos nuestro propio caos.
– Así es. Todo lo que nos sucede es parte de la vida y de nosotros.
– Me llegó muy hondo lo que una vez me dijiste, que tenia que abrazar mi tristeza y seguir haciéndolo hasta entender qué mensaje tenía para mí. Hasta entonces las peores decisiones las había tomado estando triste y queriendo huir de ese sentimiento, en cambio las mejores también las tomé estando triste.
– Te arrepientes de todas esas “nuevas” decisiones?
– No, sabes que no. Las mejores que he tomado, no fue fácil, me costó verlo, dar el paso… pero las mejores que he tomado nunca. No las cambiaría.

Ella es una mujer fuerte, muy fuerte que pensaba que las mujeres fuertes tenia que sentirse solas, que si se caía debía levantarse sola y antes que nadie y que alguien la viera hacerlo.
Era de esas mujeres fuertes que pensaban que el dolor (no el físico sino el mental y el del corazón) se callan y si duran es que debe haber una pastilla que lo mitigue.
De esas que a menudo se enfrentaban a vida a base de rabia y rencor. Con mucho miedo y con dolor en la mandíbula de apretar los dientes. Pensando que todo el mundo esperaba de ella que estuviera en 20 sitios a la vez y ella sintiendo que no llegaba o que si llegaba lo hacía mal y total… para sentirse culpable y sola.
Era de esas mujeres fuertes que mientras otros miran las estrellas ellas a pesar de todo, se sienten estrelladas. De esas que no quería ver todo el amor que podía llegar a dar aunque no se amaba a sí misma. De esas que pensaba que la vida le decía “no!” Una y otra vez y solo le decía “así no, espera…”.
Hubo un tiempo que la vida se le puso del revés y que por más que lo intentaba no había forma de ponerla del derecho. No tuvo más opción que ser doblemente fuerte, demasiado tiempo, tanto como para no darse cuenta que las reservas se agotaban y que eso en lo que nos educan de que si te esfuerzas y te esfuerzas mucho llegan siempre las recompensas. Ella seguirá fuerte, se obligaba a serlo cada vez más rota por dentro esperando la promesa, esa de que las cosas buenas llegan.
Muchos la veían como una héroe por aparentar poder con todo, sonrisa siempre puesta. Por dentro se consumía, rabiaba y empezaba a odiar a todos por pedirle tanto y no darse cuenta que no podía más. Esperaba de otros el primer paso, ese que solo ella podía dar.
Por eso fue tan importante no entender durante un tiempo el proceso, dejar de automedicar sus sentimientos y poco a poco conocerse y reconocerse.
Hoy he visto a la mujer fuerte, ahora sí que siempre fue pero su fortaleza no viene de todo lo que dejó atrás sino de la tranquilidad de ser dueña de sus pasos y responsable de sus decisiones.
Sigue habiendo miedo, como lo tengo yo y lo tiene cualquiera, pero ahora pesa poco y sube y baja… con las mareas. Como las personas son más bonitas de bajada, cuando se descubren y no tienen como ocultarse.
Gracias por la visita y si nos vemos que sea así, compartiendo higuera, huerta y confidencias.
Aquí siempre tendrás la de mi madre.
Jorge Juan García Insua
“El mundo rompe a cualquiera, muchos se hacen fuertes en los momentos rotos”
E. Hemingway
