Hoy ha sido un día de impaciencia y prisas. Desde las 5 que ha sonado el despertador aún arrastrando el día anterior pasando por todo el trabajo y sesiones de hoy.
Curiosamente el primer paciente ha llegado 5 minutos después de las 6:00 y con prisa… Le he abierto la puerta y acompañado a la consulta invitándole a sentarse y acomodarse.
He hecho lo mismo mirando cómo se movía y buscaba su “sitio” tras lo cual seguía acelerado y moviendo la mirada, las manos y sus pies. En frente suyo observaba en silencio. Pasados unos minutos me ha preguntado:
– Comenzamos? -ha dicho.
– Hemos comenzado hace 4 minutos… He estado en silencio para dar voz a todo lo que te genera tanta angustia y te preocupa hasta el punto de no encontrar las palabras para expresarlo.
Asintiendo con la cabeza ha respirado hondo varias veces. Ha cerrado los ojos y los abierto lentamente intentado recuperar el tempo y la calma.
Y en los minutos siguientes la prisa ha ido desapareciendo y el tiempo se ha puesto a favor del paciente mientras abordaba la relación con su familia y cómo ésta ha marcado las relaciones de amor que hasta el momento no han sido “definitivas”.
Sin saber cómo la prisa de esas primeras sesiones ha sido tema de conversación con mi madre y hablando de la paciencia, la prisa y cómo nos agobiamos cuando ésta nos supera o no llega lo que anhelamos me ha dicho…
– Te acuerdas de la higuera de la casa (de Galicia)?
– Sí claro -he afirmado.
– Pues hasta que esté como la que teníamos en la otra casa… yo no voy a verla.
– Y no te duele pensar eso mama? No querrías que creciera más rápido?
– No, la disfrutaréis vosotros, los niños o quien quiera ir. Aquella era mi higuera, ésta es de todos y más vuestra que mía. Yo disfruté y compartí la mía, ésta la disfrutaréis vosotros o los que vengan después.
Y como sin querer la prisa que hasta entonces dominaba el día ha dejado de tener sentido. Sin darme cuenta su mirada y expresión ha bajado mis revoluciones y ha cambiado el ritmo de mi día.
Esa reflexión de mi madre me ha dejado pensativo. Me ha gustado mucho su sentido de familia y cómo creo que espontáneamente ha puesto por delante la familia y nuestro rol en ella, el ser hoy para dar paso a que sean quienes vienen mañana. Sin falsos apegos ni individualidades e incluso, aceptando que tenemos un tiempo de ser protagonistas, uno para liderar y acompañar y un último para ser testigos y observadores.
Me ha gustado el tono y la forma reflexiva en que lo ha compartido conmigo. Mi madre que es “fuerte y dura», a menudo directa y muy práctica, de llevar la procesión por dentro y más de callar emociones que de compartirlas me ha hablabo desde la protección y dándome espacio para coger el testigo sin presión.
No se ha dado cuenta pero esos minutos de inesperada conversación en calma acerca de la familia, los lazos y nuestro papel en ella me ha dado la tranquilidad que esta semana, emocionalmente estresante, no acababa de encontrar.
Toda familia necesita anclajes, elementos que representan experiencias, emociones o comportamientos que los miembros de esa familia transmiten de generación en generación. La higuera, como el recuerdo de mi padre, es uno de los anclajes de la mía. A través de ellos conectamos con nuestra historia familiar, nos define, representa y nos da la fuerza y confianza necesaria para avanzar en los malos momentos.
Como no hay dos sin tres la paciente de la última sesión en un momento de reflexión sobre sus relaciones sentimentales ha verbalizado…
– No quiero más prisas Jorge. Quien me quiera que sea desde la calma, despacio para llegar lejos. Te parecerá un tontería pero no tengo tiempo para más prisas. Ya he quemado experiencias, etapas… no quiero más eso, quiero una relación que viva como estoy viviendo este momento, que crezca lentamente, sin prisas. Vine a esta consulta con prisa y cada vez que he vuelto ha sido para ir dejando atrás esa prisa a cambio de tranquilidad y paz. Siempre me marcho de aquí sin prisa…
– Sin prisa… así definirías este momento de tu vida?
– Bueno, ahora sí. Sin prisa ahora que me hiciste ver que la tranquilidad no la conseguiría yendo con la lengua fuera a yoga o que levantarme a las 5 de la mañana para ir a clase de pilates y correr luego al trabajo y correr y correr todo el día… me engañaba, buscaba fuera lo que no me daba dentro. Ahora empiezo a llevar esa calma a todo, también a quien tenga que venir, si viene…
Así hemos puesto fin a la sesión y no he podido evitar en el instante de despedirla conectar con las palabras de mi madre y con los sentimientos de ese primer paciente de hoy. Lo he hecho sin prisa, regalándome unos minutos sentado en su butaca con las luces apagadas.
Este mundo necesita más amores y actos de amor que no dependan del tiempo, que lleguen y no tengan prisa. Tal vez nos equivocamos al dejar de disfrutar del momento que vida que compartimos con esa persona preguntándonos si estamos ante el amor de nuestra vida, si durará para siempre… como si eso fuera lo que le da valor al tiempo y solo vale la pena si dura…
Y mientras dudamos o nos convencemos prisa por saberlo, prisa por quemar etapas, prisa…Tal vez deberíamos aprender de mi madre y “plantar” relaciones pensando que irán más allá de nosotros, que una parte de nosotros irá en toda relación que venga después.
Qué bonito pensar que ha de ser así, que lo que sentimos por esa persona es tan auténtico como para trascendernos, que si somos capaces de cuidarlo irá más allá de nosotros mismos dando sentido a lo que hemos sentido y amado.
En ese momento de reflexión a oscuras ha entrado P en la consulta. Al verme medio tumbado entre butacas se ha acurrucado en mi regazo y me ha regalado un lametón y un beso.

– Sabes cariño…
– Sigues triste papá?
– Sí y hoy ha sido un día muy largo. Cómo me gustaría que estuviéramos así en la huerta de la yaya bajo la higuera… y que me abrazaras un ratito.
Me ha abrazado fuerte y se ha acurrucado de nuevo. No hemos dicho nada más. Al sentir ese abrazo me ha emocionado pensar que ese abrazo… los abrazos son mi anclaje y que ojalá que él y quien haya recibido uno de mí también lo sienta así.
Qué bonito pensar que pueda ser así.
Jorge Juan García Insua