Hoy ha sido la tercera vez en esta semana que me dicen que la consulta es acogedora, que no parece una consulta y que en ella se sienten seguros… en casa.
Cada vez que un paciente me dice algo así “me hincho” y no puedo evitar recordar todas las vueltas que le di a cómo quería que fuera esta consulta y lo vulnerable que me siento cada vez que una persona entra por primera vez en ella y la invito a sentarse con un “por favor… rojo para ti verde para mí”.
La primera vez que la vi era una habitación de matrimonio que difícilmente permitía imaginarse lo que es hoy pero que desde el primer instante sentí que sería ahí . En aquellos días antes del traslado imaginaba un espacio libre, blanco, cálido, que necesitaba integrar en el resto del piso y en mi vida. Me daba miedo que fuera solo eso, una consulta como tantas otras, no quería pasar tantas horas en una “consulta médica” tal vez elegante pero fría y sobretodo que no tuviera historia detrás.
Quería que ese espacio fuera de todos tanto como mío, deseaba que quien entrara sintiera que le abría las puertas “de mi casa” invitándole a abrir las suyas. Quería que ese espacio profesional hablara de la persona, de mí y de los míos, que hablara de esa parte tan García que busca el equilibrio con la Insua.
Por eso hay tantos objetos, simbolismos y anclajes vigilados por un enorme rollo de lazo rojo. Por eso hay un cuadro pintado por las personas que viven en una residencia en Tiana. Por eso hay un cuadro de playa y amaneceres que recibe y que habla de mi pasión por amaneceres y ocasos junto a la playa que una vez me regalaron por mi cumpleaños. Por eso nada más entrar tienes una referencia a mis inicios en la profesión y por eso tan pocos títulos, solo los imprescindibles.

Por eso durante mucho tiempo el cuadro de luces de la recepción estaba visible, sin armario y con mis llaves colgadas. No quería precipitarme y confiaba en dejar que todo en ese espacio tomara su sitio, que vieras mis llaves allí era mi forma de decirte “estás en tu casa”.
Por eso el espacio se va llenando de vosotros y de aquello que alguna vez habéis querido regalar al espacio y dejar un trocito más de vuestro paso por él. Por eso todo aquello que llega encuentra su sitio entre detalles de mis hijos y dibujos y mensajes suyos y de mi familia y personas a las que quiero.
Un espacio donde estudio, pienso y me desahogo cuando nadie me ve. Donde me refugio en mi vergüenza y donde leo y leo para aprender y aprender cuando siento que no estoy a la altura y debo dar más de mi. Un espacio que mis hijos ya utilizan para estudiar y “me roban” las hojas grandes y los bolígrafos pero muestran un gran respeto por lo que saben que significa para mí.
Cuatro paredes que escuchan y guardan el secreto aún habiendo hecho sesiones a oscuras, de madrugada, con golpes de obras de algún vecino o mi vecina picando para regalarte unas galletas. Cuatro paredes que guardan trocitos de vida, de esa real que por desgracia no vemos fuera ni escuchamos mucho, de esa vida que de tanto esconderla nos parece mentira y nos sorprende, sólo porque sin disfraz ni apariencia nos resulta demasiado descarnada.
Por eso es un espacio donde todo pasa lento, sin prisa para que todo pueda ser posible, donde pongo la presencia y la escucha pero no me pertenece. Donde puedes estar sin zapatos o sentarte o tumbarte en la alfombra, donde sabes que yo te seguiré. Donde a veces reímos y otras muchas lloramos. Donde puedo sentirme auténtico hasta hacerte pensar que no “parezco psicólogo» y sacar rollos de cinta de carretero, cuerda, guitarras, narices de payaso o bolas rojas, me levanto, me siento en la mesa, intercambiamos butacas y lo que pase como sea que pase estará bien porque tú lo necesitas así. Cuánto te debo por eso. Sí, a ti.
Hace unos días una paciente me decía que sólo lloraba cuando venía a sesión y que debería cobrarle más por la de pañuelos y agua que cogía. Si fuera tu casa te preocuparías por cuántos pañuelos coges o cuantas botellas de agua bebes? Le pregunté. No dijo nada, puso su mano en el corazón y su mirada me dijo todo lo que hubiera gustado escuchar.
“No me creo que te esté explicando todo esto Jorge” me habéis dicho más de una vez y muchas otras habéis escuchado de mi eso de “es la butaca que la compré con poderes”.
Sé que este espacio cambiará. Lo sé porque cambió yo y cambias tú y también sé que como sea que cambie seguirá siendo así. Un espacio de mí abierto a ti, silencioso a menudo (como yo) que invita a verte, a respirar, a encontrar fuerzas para ser y sentir, para quererte y saber cómo quieres que te quieran, para avanzar, para llorar si lo necesitas y encontrar respuestas cuando te atropellan las preguntas.
Una vez escuché de un profesor de Inteligencia Emocional que allá donde sentimos nos queda huella. Saber que en el camino me he llenado de las vuestras. Si has estado aquí, has sentido que te acogía y que este espacio era un poquito tuyo que sepas que eso me hace feliz, muy feliz y te lo debo. Si ahora lo escribo es porque siento que muchas veces no te lo he dicho y tenia esa deuda emocional contigo, contigo, contigo, contigo y contigo y contigo y contigo y …
Saldada queda.

Jorge Juan García Insua