Esta semana he atendido a una paciente que acaba de recibir un diagnóstico de Alzheimer a una edad relativamente temprana.
En un momento de la sesión expresó su miedo a perder la conciencia de quién es, de reconocerse, de hablar de ella y cómo desde aquel “día H” que supo el diagnóstico cada vez que conoce o le presentan a alguien inconsciente se presenta de una forma más extensa de lo que hubiera hecho antes de ese fatídico día.
En un instante de la sesión me hizo conectar no solo con el qué era para ella importante que otros supieran sino con el miedo a quien lo haría si llega un día que ella ya no pueda.
Reconozco que tuve respirar hondo antes de hacer la pregunta que por otro lado no pude contener, cómo si la sesión la estuviera pidiendo…
Y si llega ese momento de no reconocerte, quién te gustaría que te hable de ti?
Su reacción silenciosa a la pregunta reflejaba que acababa de hacer una pregunta poderosa. Sus ojos se abrieron y aparecieron las lágrimas.
Cuando se sintió recuperada me dio un nombre y le pregunté qué hacía de esa persona “la persona”. No sé trataba de aquellas personas que por lazos familiares o de sangre podrían parecer lógicos o esperables. No, no era ninguna de esas personas. De hecho era alguien a quien si bien conocía no era “íntima” y el motivo “es una persona que siente como yo. Me gustaría que
que quien me hable de mí lo haga desde aquello que es importante, lo que me mueve, lo que siento por personas que quiero, adoro y por la que daría la vida o aquello que me motiva cada día. No quiero una biografía “vacía” que podría servir para otra, quiero que me hable desde lo que llevo dentro y que solo yo siento”.
– Sabes Jorge, me estoy dando cuenta de por qué tengo miedo a perder la memoria
– Te apetece verbalizarlo?
– Cuando no me reconozca no reconoceré ni recordaré… habré dejado de sentir y tal vez hasta de emocionarme. Sólo me quedará lo que otros se emocionen conmigo y sientan por mi.
Y nos emocionamos los dos. No pude evitarlo. Aquellas palabras y tal como las expresó traspasó al psicólogo y llegaron a la persona.
La memoria no es historia, no puedes hablar de ella como una sucesión de hechos o vivencias. La memoria no puede ser neutra y siempre es subjetiva porque se alimenta de experiencias, de emociones, de sentimientos, de frustraciones, de lazos y de vínculos. Por eso es tan intensa y tan transformadora, por eso vive más allá de nosotros mismos.
Esa noche tumbado en la cama con mis hijos compartía lo sucedido en la sesión y al explicarles cómo me había emocionado y lo que me había hecho sentir uno de ellos me ha cogido fuerte la mano y me ha dicho «yo no quiero sentirte, quiero vivirte para siempre papá» mientras me apretaba más y más la mano.
«Aún eres pequeño para entenderlo cariño y no puedo prometerte vivir para siempre, pero sí prometo no dejar de sentirte nunca y que esté donde esté no dejareis de sentir que os siento». He limpiado sus lágrimas sin decir nada mientras me caía la mía y los tres nos hemos quedado unos segundos abrazados en silencio.
No sé qué será de mí memoria con el paso de los años y qué olvidaré o no pero escribo esto convencido que hay instantes en sesión como este que me cambian y acompañarán siempre.
Esta mañana me ha escrito la paciente:
“Gracias por la sesión Jorge. Han pasado días y sigo removida por lo que allí sucedió, tu pregunta y tu emoción cuando me escuchabas. Sigo triste a ratos y feliz a ratitos, feliz y tranquila por lo que otros sentirán al acordarse de mí aún no pudiendo yo acordarme de ellos. Nos vemos en unos días❤️”.
Aquella noche escribí estas líneas y sin saber explicar por qué lo guardé como tantas otras veces. Su mensaje me ha llevado a releerlo y publicarlo, tal vez era la señal que necesitaba para compartirlo, tal vez ha sentido que yo sentía la necesidad de sus palabras para hacerlo.

Jorge Juan García Insua