
Desconectar… alejarse mental y emocionalmente de preocupaciones, rutinas o estímulos habituales.
Romper el ciclo de estrés diario y darle a la mente un descanso cualitativo. Tirar el móvil en algún rincón…
Desconectar es apagar el motor aunque la carretera sigue ahí delante sin final, sólo para bajar y disfrutar del paisaje. Caminar por él, estirar la mano hasta casi tocarlo, cerrar los ojos, sentirlo.
El paisaje nunca tiene prisa. Te espera porque sabe que nunca llegarás tarde. Se niega a correr, no compite, no necesita cobertura. No todo crece deprisa, no todo necesita prisa. Donde nada es urgente está, sólo está aunque te detengas en un punto perdido del horizonte manchego, como si te esperara a ti.
El paisaje no tiene tiempo ni reloj, no pasa, no se va. Espera, en calma. Sabe que ha llegado antes que tú y que seguirá ahí cuando te vayas. No te pide quedarte ni te invita a marchar.
El paisaje te recuerda que tú también puedes parar… y desconectar.
Ayer durante un atardecer me quedé mirando girasoles y mientras los fotografiaba observé que aquellos más crecidos dan la espalda al sol.
Descubrí que los más jóvenes siguen al sol y que durante el día, sus tallos y flores en formación giran de este a oeste siguiendo la trayectoria solar, por la noche en cambio se reorientan hacia el este para esperar el amanecer.
Cuando el girasol madura y la flor se abre completamente, ya no gira y queda fija mirando hacia el este. Ese darle la espalda al sol maximiza la recepción de luz matutina, se calientan sus flores y favorece que los insectos polinizadores los visiten temprano y en su mejor momento natural.
De adolescente me quedé prendado de la literatura romántica, la emulaba y escribía para mí en un torpe intento de parecerme a aquellos autores bajo un pseudónimo que tomé (sin permiso) del nombre de un amigo de facultad de mi hermano, Ferran daFonseca. En aquella literatura a menudo aparecían atardeceres, flores y girasoles y hoy he conectado con las referencias sobre ellos que entonces leí. Ha tenido que llegar un verano extraño para perderme donde Ana Belén pasaba sus vacaciones y reconectar lo que hace tanto tiempo escribí con el por qué aparecían en aquellos escritos hoy perdidos en mi memoria los girasoles.
El girasol que cuando encuentra el amor desconecta y deja de girar, entra en calma, se mantiene orientado hacia su fuente de luz, así como un corazón enamorado se orienta hacia la persona amada. No sé si Cupido disparaba girasoles pero seguro vivía entre ellos.
El girasol tiene forma de sol y aunque no emite luz confía en recibirla cada mañana, la espera para reflejarla y regalarla, como hacemos cuando sentimos.
Nos recuerda que no siempre necesitamos producir nuestra propia claridad para iluminar. Basta con orientar nuestro corazón hacia quien nos da calor, esperanza y sentido. Cuando envejece deja de perseguir el horizonte. Se queda mirando al este, donde siempre nace el día, como quien ha encontrado su norte y lo guarda para siempre.
Lo guarda porque como yo este verano ha aprendido el secreto que dice que existe un girasol para cada persona y yo admirándolos he encontrado el mío.
Este será por siempre el verano que me enseñaron a amar los girasoles.

Jorge Juan García Insua
Heliotropismo: propiedad que tienen ciertas plantas, como el girasol, de orientar sus flores, hojas o tallos en dirección al sol, siguiendo su trayectoria a lo largo del día