Si me vierais por un agujerito…

En las primeras sesiones siempre llegaba con mucho tiempo de antelación, incluso cuando eran a las 6:00 de la mañana. Siempre lo justificaba con un “no puedo permitirme perder el tiempo”.

Era rara la sesión donde cuando intentaba profundizar y romper aquella barrera emocional le aparecía el freno en forma de “me enseñaron en el esfuerzo”, “he llegado aquí trabajando mucho y no puedo parar o…”.

Un día se rompió. Algo dentro se rompió. Aquel motor dejó de girar.

No es un caso aislado. Son muchas las personas que llegan a consulta al límite, sin saber por qué no se sienten bien y que desconocen el motivo o expresan que aún peor, no lo hay o se sienten mal porque creen no tener motivos.

Yo fui también uno de ellos y estuve muy cerca de romperme, tal vez lo hiciera.

Durante años me convencieron (y me dejé convencer) que debía ganarme el descanso o lo que es peor que hiciera lo que hiciera no era suficiente merecedor de ello.

Fui un estudiante que se vanagloriaba de no necesitar dormir o de funcionar con 4 o 5 horas. Solo así podía seguir estudiando, entrenando, estudiando más, trabajando… 

Crecí y tuve “jefes” que no descansaban, algunos casi dormían menos que yo, habían empezado a trabajar antes que yo… incluso llegué a admirarlos por ello. Si echo la vista atrás no me reconozco, pero ese también fui yo.

Así que fui aprendiendo que solo después de cumplir todas las tareas, de exprimir cada minuto, de no dejar espacio para la pausa, entonces —y solo entonces— podía detenerme. Y así mucho tiempo, demasiado.

También era de los que pensaba que cuando descansamos, dejamos de producir, y eso —para muchos incluso hoy en día— equivale a dejar de “valer”. No saber parar y descansar a veces no es solo un problema de agenda, sino un síntoma de algo más hondo.

Me daba miedo parar, temía que el mundo se me escapara, que se rompiera si dejaba de construirlo. Se me olvidaba que estaba ahí mucho antes que yo y que seguirá ahí cuando no esté.

Empecé a darme cuenta de lo erróneo que todo eso cuando nacieron mis hijos y me ha llevado muchos años encontrar el equilibrio, o al menos moverme en él con cierta asiduidad.

Hoy entiendo que el descanso no es un premio por ser “suficientemente productivo”. Entiendo que el descanso no tengo que ganarlo, ya es mío. Siempre lo ha sido y es el punto 0 de todo lo que soy capaz de hacer después.

Mi descanso es el lugar donde recupero mis ideas, donde las emociones encuentran espacio para calmarse y donde la creatividad se atreve a volver. El descanso me devuelve a mi mismo, a la escritura, a la lectura, al tiempo sin prisa con los que quiero y me quieren, a dormirme sin poner el despertador, abrazando y abrazado.

Durante años pensé que si frenaba, el mundo seguiría girando sin mí y yo me quedaría atrás. Tenía miedo de bajar la persiana, de parar la rueda, de que no lo entendieran mis pacientes. Ahora veo que detenerme no me aleja de lo importante, sino que me acerca y que esos pacientes a lo que antes ponía como excusa son los primeros en entender que como cualquier otra persona necesito de esos momentos. Aún me sorprende cuando estando de vacaciones me proponen mover una sesión de urgencia porque no es tan urgente y quieren que desconecte y recupere fuerzas.

El descanso me permite mirar con claridad qué caminos quiero seguir y cuáles estoy recorriendo solo por inercia. Es curioso, aquello que siempre traté como una pérdida de tiempo, hoy lo reconozco como la inversión más valiosa.He comprendido que la prisa no siempre viene de fuera; muchas veces nace dentro, alimentada por esa voz que nos repite que aún no es suficiente. Y esa es la peor compañera posible.

El descanso me ha enseñado a silenciar esa voz, a no obedecerla ciegamente. A descubrir que hay logros invisibles, que no se saben, no se publican, como irme a volar un dron con mis hijos, escuchar sin mirar el reloj o observar a mi madre mirando a sus nietos jugar.


Y cuanto más me permito ese espacio, más entiendo que vivir es entender que hay momentos para avanzar y otros para parar y sostenerse, para observar, dejar que quieran y querer.


Si me vierais por un agujerito mientras escribo estas líneas me encenderíais cuando digo que he entendido que hay victorias que no se celebran con cifras ni una agenda llena, sino con la paz de saber que, por fin, no tengo que demostrar nada para poder detenerme.

Nada de lo que vale la pena construir se sostiene sin pausas. Me siento afortunado de pasar unos días rodeado de todo aquello que no quiero perder y lejos de sentirme culpable de parar me siento vivo.

Descansar es mi forma de conectar con lo rebelde que creo aún queda en mi, un recordar al tiempo que no manda sobre mí (cuanto menos se lo pongo mucho más difícil) y que puedo correr por placer y parar para sentirme vivo.

Será que me hago mayor.

Jorge Juan García Insua

Publicado por Jorge Juan García Insua

Nací y me siento especialmente unido a Badalona y a su mar, tal vez por el origen gallego materno. Soy el mediano de tres hermanos y tuve en mi padre el mejor modelo de vivir según tus valores, el valor de las cosas y el sentido de sacrificarte por aquello que realmente es importante. Amante del deporte, inquieto, intenso, apasionado, observador, con vocación de servicio, con fuerte conciencia social, receptivo, emotivo y me llena ayudar a los demás de forma desinteresada. Mi vida ha estado marcada por dos experiencias médicas... Un déficit de una proteína relacionada con la coagulación y tres trombosis cuando aún no había llegado a mi mayoría de edad me obligaron a afrontar e intentar superar situaciones poco habituales para un todavía adolescente, así como aceptar aspectos que me acompañaran el resto de mi vida. Ya superados los 30 me detectaron una Hepatitis C crónica grave que me hizo replantearme mi vida y lo que realmente era importante, cinco años de desgaste físico y emocional donde recorrí un camino de miedos y frustraciones acompañado de tratamientos y efectos secundarios. Superado todo quise devolver una pequeña parte de lo mucho que había recibido a los demás, y encontré la forma en aquello que me apasiona... las personas. Psicólogo de formación por la Universitat de Barcelona, Máster en Dirección de Recursos Humanos por Les Heures (UB), Técnico Superior de PRL, Máster en Liderazgo, Inteligencia Emocional y Coaching por EAE Business School, Coach certificado por ICF y actualmente realizando un Máster en Psicología Clínica y de la Salut mientras realizo estudios superiores como padre de mellizos, que son mi principal fuente de aprendizaje. Mi experiencia vital y mi pasión por la personas y por acompañarlas en la superación de situaciones, problemas y dificultades me ha llevado a estar siempre ligado a la psicoterapia, al voluntariado y a la consultoría organizacional en empresas de todo tipo con especial interés al desarrollo de personas. Actualmente atiendo como Psicólogo y Coach en Consulta Privada en Badalona (y On Line para cualquier punto del planeta), al tiempo que trabajo como Director Técnico para Residencias y Psicólogo para la Fundació Nen Déu. Mi propósito es acompañar desde mi formación y experiencia de más de 20 años en Psicología y Coaching a personas a enfrentar y solucionar sus problemas, a descubrir y trabajar esas limitaciones que impiden seguir el camino que consideran adecuado y alcanzar los objetivos personales y profesionales que se propongan. Especialmente a aquellas que como yo luchan con enfermedades o con sus efectos y secuelas, así como asesorar y acompañar a familiares y su entorno en la gestión de emociones, sentimientos y miedos. Si quieres saber más de mi... sólo has de leerme o visitar mi perfil en Instagran, Facebook o LinkedIn. Bienvenid@s a mi camino. Jorge

Deja un comentario