Una noche al acabar sesiones miré los mensajes recibidos y uno de ellos era un audio. Al escucharlo me hablaba con una voz casi sin fuerza pidiéndome ayuda.
No había foto en su perfil. Me pedía que la pudiera atender telefónicamente, no quería hacer sesiones presenciales ni tampoco que utilizáramos ninguna forma de sesión que implicara imagen.
Cuando me facilitó sus datos evitó y tapó cualquier atisbo de su cara.
La primera sesión conocí a una persona aislada. Un accidente, un abandono de su pareja, un despido, un aumento de peso y muchos miedos e inseguridades la habían llevado a no salir de su habitación y a cortar prácticamente cualquier lazo social.
Sesión a sesión fue creando zonas de seguridad en su casa. Lentamente íbamos asociando cada avance con cada uno de esos miedos. Había ocasiones donde la sesión quedaba representada con una marca en la pared, para recordar el avance, para dejar que al día siguiente la luz entrara fuerza y consciente del paso dado y del camino recorrido. Sesión a sesión sumábamos marcas y conquistábamos espacios.
Así hasta ayer. Ayer teníamos sesión y cuando le escribí diciéndome que le enviaba enlace para la sesión me contestó…
– Te pico y me abres, pero sin luz por favor
Al instante sonó el timbre. Abrí y apagué las luces de la recepción y las de la consulta. Dejé sólo una vela que apagué al instante temeroso y dubitativo.
Entró cubierta por una sudadera muy ancha, era difícil distinguir su rostro bajo unas grandes gafas de sol. Su voz seguía débil pero muy serena, pausada y aparentemente tranquila.
Me costó unos minutos situarme y sentirme cómodo, me preocupaba no saber, no respetar la distancia y el espacio y sobre todo gestionar la sorpresa de tenerla en la consulta.
Le pedí permiso para abrir yo la sesión. Necesitaba expresarle como me sentía… torpemente le dije…
– Antes de empezar y para poder situarme necesito reconocer mi sorpresa. Me alegro mucho de tenerte aquí y quiero reconocerte y felicitarte por el esfuerzo que has hecho. De todos los pasos que has ido dando este tiene un valor incalculable.
Discúlpame si he sido frío al recibirte, he dudado cómo haberlo y me ha dado miedo que habiendo dado ese paso no respetara el espacio o la distancia que suponía que necesitabas. Por eso he movido mi butaca para atrás y confieso que había encendido la vela y la he apagado para no molestarte.
– Gracias Jorge, siempre tan atento… muchas gracias. Gracias por ser tan sincero y lo siento, debería haberte avisado pero me ha salido así, daba un paso para delante y uno para atrás… temblaba.
No sé decirte qué se me ha pasado por la cabeza pero es algo que llevaba unos días pensando. Viendo tan cerca… hacía tanto tiempo que no salía… pensaba en cuando te pregunté cómo hacías estas sesiones telefónicas y me decías que te sentabas en la butaca con los cascos y sin luces, que era tu forma de conectar con la voz y así evitabas descentrarte y sentías que la sesión fluía. Pensé que no era justo dejarte tan solo – me dijo mientras reía tímidamente.
Cuando la sesión anterior pactamos aquella marca en la puerta de casa… no sé, activó algo en mí y de alguna forma empecé a pensar en salir… en volver a salir y en todos esos miedos, en todo lo que habíamos hablado sobre ellos. Pero me asustaba y quería volver a mi habitación. Pero entonces miraba las marcas… todas, todas Jorge. Las tocaba y tocaba… tocaba todas esas marcas que hemos ido haciendo…
– Bien. Y ahora que estás aquí que significan todas esas marcas para ti?
Y la sesión ha fluido. A pesar de mis temores y de los suyos. Los hemos puesto ahí, delante y durante algo más de una hora se han hecho pequeños. A ratos sentía que hubiera podido cerrar los ojos y seguir conectado y presente.
Al despedirse me ha pedido que no me levantara…
– No te preocupes, sé que lo harías. Seguro que lo haces siempre pero me sentiría incómoda y todo ha ido tan bien…
– … tan bien como para que la siguiente sea presencial?
– No lo sé. Tal vez. Alguna más seguro que es presencial. Tal vez si escribes me lo piense – y volvió a reír tímidamente.
– No lo sé… tal vez lo haga, si me lo permites.
– Permitido quedas.
Cuando salía de la consulta se giró…
– Puedo pedirte algo?
– Dime.
– Ahora que me has visto… Bueno más o menos… si nos cruzamos, si nos encontramos en cualquier sitio que no sea esta consulta…
– Prefieres que actúe como si no te conociera?
– Sí, por favor.
– Así lo haré. Puedes estar tranquila.
– No te molesta verdad?
– No en absoluto.
– Gracias… pero si escribes no pongas esto… qué vergüenza.
Hace no mucho me recordaban en una formación que el terapeuta, como el coach, debemos entrar en sesión con la mente abierta, receptiva, sin juicios. De lo contrario las mismas situaciones que pueden generar impotencia o frustración al paciente pueden convertirse en barreras y limitaciones para nosotros. Digas lo que digas eres cómo lo haces.
Yo tuve miedo al escuchar el timbre y abrir. Algo tan natural como recibir a una persona y ofrecerle la consulta como un espacio seguro me resultó incómodo por momentos. Reconocerlo, sacarlo y compartirlo me ayudó a vaciarme de esos miedos y dándole su espacio encontré el mío.
Ella se marchó cerrando la puerta con mucho cuidado y dejando una marca. Una que no he visto hasta esta mañana. Ahí seguirá, solo visible para ella, para mí o tal vez para algún paciente que lea estas líneas y curioso la busque.
Por si decide repetir, volver y avanzar.
Jorge Juan García Insua