
“Tengo un problema… No sé cómo salir… Mmmm, como todos aquí, bueno el problema no soy yo, o sí… tengo miedo y muchas veces no sé cómo comportarme, cómo ayudarle… estoy superada y no sé a quién explicarlo. Por eso vine aquí.”
Era su tercer día en el grupo. Siempre ocupaba una silla enfrente de mí. Llegaba puntual, saludaba tímida pero rebosaba amabilidad y dulzura. Hasta entonces no había participado apenas. Se presentó el primer día y siempre escuchaba atenta, sollozaba en silencio, ofrecía siempre al resto su mano a modo de consuelo… hasta aquel momento.
¿Cómo se quiere a alguien con fecha de caducidad? Le angustiaba no ser suficiente, no poder curarlo, no estar a la altura, no saber quererlo… y a cambio de todo este temor le ofrecía su tiempo sin querer perder un segundo… junto al Él.
¿Cuánto vale una tarde juntos cuando sabes que la pasas con el amor de tu vida? ¿Y cuál es el valor cuándo es la última? Bloqueada sufría porque sentía que no podría querer a nadie como lo amaba a Él y al mismo tiempo a menudo sentía la necesidad de alejarse en un intento de olvidar por unas horas el dolor que le producía pensar en no tenerlo.
La sabiduría emocional del grupo la acompañó y arropó en aquel momento. La cara más trágica del amor es que muchos de nosotros llegaremos al final de nuestros días sin sentir que hemos satisfecho ese anhelo del gran amor, otros lo van a encontrar y lo van a perder y algunos vivirán muriendo por no haberlo intentado. El amor no cura la enfermedad y no puede salvarnos cuando nos estamos consumiendo, pero no hay analgésico más potente ni mayor consuelo ante el desenlace final.
Enfrentarnos a una evidencia tan cruel como la pérdida de la persona por la que sentimos de una forma tan intensa nos hiela la sangre, nos abre el pecho y nos desarma para llevarnos a una culpabilidad asfixiante. Ante la culpa y la aflicción deberíamos mostrarnos agradecidos por haber tenido la fortuna de que tales seres se hayan revelado en nuestras vidas. Haber podido compartir tiempo con ellos es una ofrenda de un valor incalculable y el poder despedirnos del gran amor de nuestra vida de una forma consciente y dejando lazos eternos tendría que ser la culminación de esa oportunidad con la que mucha gente no se va a ver agraciada.
“¿Qué le digo?”
Quién no se sentiría así y cuántos de nosotros tendría el valor de afrontarlo como lo hacía Ella, que sabía que no podía hacer nada excepto aceptar el cambio que más temprano que tarde llegaría y había decidido estar, porque quería estar, porque necesitaba hacerlo, porque era su forma de demostrarle lo que sentía. En ningún caso se encontraría que todas las conversaciones iban a ser “fáciles”, pero vio que para quien se enfrenta a la dama oscura a menudo es más importante ser escuchado que escuchar. Cuando le damos espacio, silencio y voz a la opinión del enfermo le estamos dando el poder sobre su vida y eso es algo a lo que nadie puede renunciar y pocos como ella podía dar. Había tanto amor en aquellas lágrimas… Estar allí sentada, centralizando la sesión, con nuestro corazón en sus manos, reconociendo sus miedos y vulnerabilidades… que fortaleza hay que tener… que especial hay que ser para tener un corazón así.
Aquella tarde de aprendizaje y crecimiento grupal pregunté quién quería hacer el cierre. La compañera que estaba a su lado cogió su móvil y busco algo, se levantó, cogió lo que quedaba de una tiza y escribió en la maltrecha pizarra una frase… “En la vida y en la muerte el mejor sitio de este mundo está en ti, siempre en ti”, era su forma de darle las gracias a su compañera. Y lo hizo compartiendo y regalándonos las palabras con las que su pareja la había despertado aquella mañana. Todos hubiéramos deseado ser ella y recibir un buenos días tan bonito aquella misma mañana… o cualquier mañana de nuestra vida.
Nos levantamos, rodeamos la pizarra y nos fundimos en un largo abrazo. Cuando Ella salía de la sala puso su mano en la pizarra, se giró para mirarme y asintió con la cabeza lanzándome un beso. Aquel sencillo gesto es de las formas de gratitud más bonita que creo haber recibido. Así que respondí de la misma manera.
En cualquier momento del camino amar a alguien significa ayudarle a ser él mismo, y por desgracia, en no pocas ocasiones, para que el ser amado se descubra tiene que hacerlo sin nuestra compañía, debemos dar ese espacio, ese paso atrás imprescindible para que la otra persona encuentre la forma de dar pasos hacia delante. Hay caminos que deben recorrerse sólo o tenemos que aceptar el derecho a decidir por quién queremos ser acompañado, incluso si no somos nosotros los elegidos. Siempre he defendido que hay pocas formas de amor más auténticas, humildes y sinceras que esa.

Esta tarde he pasado por delante de la sala donde aquella sesión tuvo lugar. No he podio resistirme a acercarme al cristal e intentar ver en su interior. Al hacerlo he visto mi reflejo en él y repitiendo aquel sencillo gesto lleno de respeto y gratitud he viajado hasta aquella tarde donde unos “desconocidos” me dieron una clase maestra de vivir con amor y morir por él.
Un muy buen amigo me dijo poco antes de morir que la enfermedad era una puta mierda pero que a cambio le había puesto en el camino a personas por las que valía la pena vivir muriendo. Como en todo tenías mucha razón… Vivir y amar es lo más peligroso que tiene la vida.
Lo que te entregas en vida perdura más allá de la muerte.
Te echo mucho de menos…
Jorge Juan García Insua
*La fotografía superior corresponde a la obra “Vivir muriendo” de la artista Angie López Cámara. Puedes ver parte de su obra en https://angielopez.artelista.com/. Gracias Angie por dejar sentirla mía.