
Habíamos acabado la sesión y mientras la cerrábamos le reconocía los pasos que esta dando en su proceso… justo al levantarnos me dice “…es que mostrarse vulnerable duele”
Y cómo es ese dolor? – le he preguntado mientras volvíamos a sentarnos…
-Es un dolor incómodo, molesto… como una herida mal cerrada, parece curada por fuera pero que hace daño si la tocas, pero que necesitas… – mientras suspira amargamente y su mirada se pierde en el infinito.
Ha hecho silencio unos segundos… para seguir…
– …necesitas tocarla y sentir ese dolor
– Necesidad…Tocarla para sentir… sentir?
– Miedo. Siento miedo cuando la toco o cuando pienso en tocarla. Miedo a ser vulnerable, a que me conozcan, que sepan de mi y lo aprovechen para meter el dedo, para hurgar… hacerme daño aunque no sea nada malo y que de algo bonito hagan algo doloroso – y sus ojos se humedecieron.
Instintivamente me he echado hacia atrás, dándole espacio mientras lo miraba con ternura y abrazándolo imaginariamente.
– Por eso me cuesta – prosiguió. Porque cuando lo hice no respetaron la confianza que yo tenía, es como… cómo decirlo… como una tradición, una flecha aquí aquí (tocándose el pecho)… necesitas abrirte, lo cuentas y compartes pensando que es parte de un vínculo especial y luego otros lo toman para burlarse, para convertirlo en carne de cañón y de burla que acompaña un café con leche… y te duele, te duele tanto que suceda otra vez que la herida crece… y te sangra… y sin curarla casi te la coses aunque se infecte por dentro.
Ha cerrado los ojos y ha permanecido en silencio. Las lágrimas caían lentamente por sus mejillas.
Silencio.
Silencio.
Pocas veces somos conscientes del valor de nuestra vulnerabilidad y del valor que tiene cuando alguien la comparte con nosotros.
Lejos de ser una debilidad, cuando decidimos compartirla con alguien le estamos diciendo cómo de importante es esa persona para nosotros y en nuestra vida. Ponemos en sus manos aquella parte de nosotros que nos hace especiales y al mismo tiempo la que más tememos y más dolor nos puede causar. Y romper.
Cuántas veces vemos cómo se valora la seguridad, el mostrarse seguro y capaz aunque sea a costa de ponernos un disfraz… que pocas se nos anima a no huir de aquello que nos hace frágiles, indefensos o sentimentales.
Cuántas nos guardamos las cosas “para adentro” y no hemos querido que nos vean cuando estamos mal, por guardar las apariencias, por hacer ver que vivimos una vida que no es la nuestra ni la de nadie y que lo único que nos aporta es parecer de piedra cuando todos estamos hechos de cristal. Así somos de frágiles por dentro.
Todos somos imperfectos y todos hemos llevado ó llevamos una coraza en algún momento de nuestro camino. Pretender vivir siempre con ella es solo un acto de cobardía que nos condena a vivir una vida que no reconocemos como propia.
Ser vulnerable es para valientes. Hay que tener mucho valor para compartirla y superar el miedo de que al hacerlo te hagan daño.
Es imposible conectar con alguien si no mostramos nuestra fragilidad,’si no confiamos, si no nos quitamos el corcho y el orgullo que protege nuestro cristal y dejamos reflejar y traspasar la luz.
Recuerda que cuando eso pasa es un regalo y que ese regalo es para ti, sólo para ti. Si te van a confiar la vulnerabilidad de otra persona piensa si estás preparado para esa responsabilidad… es una de las muestras de respeto más auténticas que puedes tener hacia alguien.
Las personas más fuertes que he conocido en mi camino son las más vulnerables y frágiles. Ellas me han enseñado que la verdadera fortaleza está en entender y aceptar que te puedes y te pueden romper, sí… hasta en mil pedazos… pero cada vez que te rompes tienes la oportunidad de recomponerte en alguien nuevo, en una versión mejorada que te haga brillar más que antes.
Y todas ellas se han reconstruido a pesar de infinidad de heridas y cicatrices… es lo que pasa cuando dejas entrar la luz. Te ilumina los ojos y te enamora la mirada.
Pocas personas tienen tanta luz como aquellas que comparten sus sombras. Cuando recibas este regalo cuídalo como se merece, te están entregando la llave de sus cicatrices y de sus mayores virtudes.
Y cuando lo recibes sin pedirlo… vale el doble.

Jorge Juan García Insua