
Nunca esperas una llamada de despedida, ni siquiera cuando sabes que está muy cerca. Tampoco esperaba la tuya.
Me has llamado con la voz cansada pero todavía con ese punto canalla que te caracteriza y me has dicho que lo hacías porque era de “justos despedirse a quien te ha querido bien, que a todos nos llega la hora y que la tuya estaba muy cerca”.
Y me has pedido que no llore, porque sabes que lo haré en silencio y que nadie me verá cuando lo haga. “No llores… porque no quiero irme pensando que te causo malestar, dolor o que sientas que tal vez con más tiempo…”. Me has pedido que no dijera nada, que como siempre necesitabas que escuchara… “Debería haberlo hecho antes pero ha estado muy bien, has estado perfecto y hace unos días en tu consulta sin saber que sería la última pero sabiendo los dos que perfectamente podía ser me ayudaste a irme con la conciencia tranquila”.
“Gracias por todo Jorge, de corazón gracias por todo”.
He dado un golpe en la mesa (qué impropio de mi, verdad?) mientras y sí, he llorado. Se me humedecían los ojos con el móvil en la mano y me han caído lágrimas. No he pensado en el tiempo que nos haya podido faltar ni en nuestras sesiones… lloraba de rabia. La contenida, la que me recuerda que estamos de paso y que a veces el camino se acelera y el fin llega antes de lo previsto o lo deseado. Rabia porque en ocasiones me digo que no más pero me miento y sé que diré sí, que no sabré decir que no…. Que volveré a sentir rabia.
Rabia porque es cierto que por instantes me siento responsable y frustrado.. una vez más. Sé que no deberia pero no quiero hacerlo de otra forma. No quiero y no me sale. Recuerdo en nuestro primer encuentro que te pregunté cómo me habías conocido y me dijiste que buscando en redes temas relacionados con la muerte te apareció algo que yo había escrito e «investigaste sobre mi”. Me dijiste que la forma en que relataba mi relación con la muerte te hizo sentir que sería la persona adecuada y que para ti, que nunca te habías abierto con nadie te aterraba hacerlo con un “extraño” que solo hubiera hablado de la muerte porque “se había empapado un montón de libros”.
Nunca te pregunté cómo pensabas que era mi relación con ella y nunca te pregunté por la tuya. Si lo pienso qué poco hemos hablado de muerte y cuánto lo hemos hecho de lo que te llevabas de esta vida. “Cuánto más me muero más pienso que debe haber otra después. Así que estate atento a las señales Jorge”. No sé si lo dijiste para consolarme cuando llegara este momento o porque realmente lo creías así, pero lo haré. Estaré atento a tus señales de dondequiera que vengan.
Y casualidades esta mañana me despierto con alguien me que recuerda una publicación del blog, algo muy íntimo y personal que hace ya algunos años decidí compartir. Sobre eso. Sobre la enfermedad y sobre la muerte. Sobre eso que te hizo pensar que conmigo sí podrías. Eso que al final me puso en tu camino. Y sí, también mientras lo recordaba se me han humedecido los ojos tras una noche que no he dormido mucho.
Ahora entiendo que no son sólo lágrimas de rabia e ira, también lo son de cariño mutuo y de la necesidad de compartir y sentir que somos compartidos.
Gracias a ti, de corazón. Por lo compartido, por tu confianza y por dejarme acompañarte en los últimos metros del camino. Ha sido un honor y tú, un regalo.
Viaja tranquilo.
Jorge Juan Garcia Insua