
Me he sentado en una cafetería a ponerme al día de mensajes y al ponerme los cascos ha salido sin saber bien de donde una canción que repetía que el pasado es silencio. No la he dejado sonar más de un minuto, no conectaba con ella ni con el momento.
El pasado rara vez es silencio y cuando está en obligado silencio transmite rabia, rencor y necesidad de olvido. El pasado siempre me ha resonado ruidoso a veces, molesto otras entre abrazos las demás.
Ruidoso como esa emisora que no acabas de sintonizar y cuyo ruido no puedes soportar más de unos segundos. Molesto como esos pensamientos invasores que muchos pacientes intentan eliminar y me dicen que son incapaces de dejar la mente en blanco. Ante lo que les propongo lo contrario… y si en lugar de luchar contra ese pensamiento le das espacio. Qué tiene que decirte? Para qué necesitas que insista e insista hasta dedicarle el tiempo necesario para entenderlo y entenderte? Qué tiene que enseñarte?
Molesto porque nadie entiende el silencio de la misma forma, como el pasado. Hay quienes pueden vivir días entre el silencio y quienes se angustian cuando se alarga unos minutos. Nadie nos enseña a entenderlo ni a gestionarlo, como el pasado.
El silencio no se aprende, se siente y cuando lo sientes y lo entiendes da paz porque es más dificil aprender a estar en silencio que saber elegir las palabras. El silencio también es espacio, reflexión, respeto, no confrontación y, sobre todo, aprendizaje sin prejuicios ni complejos.
El pasado como el silencio da forma a nuestras emociones y a nuestros actos. Buenos y malos son pasado y se mantienen en nosotros, en silencio, creciendo hasta que se rebela, se muestra duro e insensible y nos recuerda que aún no ha dicho su última palabra.
A mi me rompe. Cada vez que le abro las puertas al silencio y al pasado me rompo. Lo abrazo, lo escucho y me veo. Y me rompe.
Me rompe pensar que tal vez pude ser diferente y hacerlo distinto. Me rompe verme en el espejo y ver cómo me ha costado, me rompe saber que tal vez nunca aprenda del todo.
Y lo gestiono desde el silencio de mi terraza, le pongo maquillaje y sonrisa amable. Me quito ropa, cojo papel y un viejo lápiz que antes me servía para dibujar y escribo “Silencio… quiero un silencio…”
Quiero un silencio para que veas lo más bonito que aún queda en mi.
Quiero un silencio para enseñarte lo que una noche escribí, nadie ha leído antes y llegado el momento sólo leerás tú.
Quiero un silencio para que me mires a los ojos y veas mi reflejo y lo sientas dentro de ti.
Quiero un silencio para darte un beso antes de irnos a dormir.
Quiero un silencio para que otra vez la vida saque a este torpe a bailar. Bailar, bailar, bailar, bailar…
Quiero un silencio para imaginarmos.
Quiero un silencio para soñar con un abrazo que me descubra todo lo que llevas dentro.
Quiero un silencio para que me des candela.
Quiero un silencio para respirar tu espalda y no creer en nada más que no seas tú.
Quiero un silencio para despertar y pedirte que te quedes a mi lado.
Uno, sólo uno. Quiero un pasado que haga ruido y un presente lleno de silencios. Silencios para llenarlos de un “te quiero” pasado que no quiere dormir, que despierte en presente y que suena y resuena maravillosamente bien cuando es con tu voz.

Jorge Juan García Insua