- Yo también lo viví y sufrí y no por eso estoy callado, siempre en silencio. Ese no es el camino, eso no soluciona nada! -me ha dicho sobresaltado en un momento de la sesión.
– Permíteme parar aquí y que recoja eso que has dicho. Los dos vivisteis esa situación, ambos estabais presentes y a los dos os marcó. Tú viniste aquí buscando ayuda, me explicaste en la primera sesión que a raíz de aquella experiencia traumática te habías vuelto insensible, que tu carácter se había vuelto más impulsivo, borde… es así?
– Sí, exacto Jorge
– En las sesiones anteriores hemos ido aprendiendo a controlar esos impulsos, esas respuestas agresivas y vas poco a poco identificando como todas esas reacciones es la forma en que a tu modo has intentado gestionar, seguir adelante a pesar de lo vivido.
-Si… pero no lo hice bien. Sólo cuando hice daño me di cuenta que no podía seguir así, me hubiera gustado no sé, poder hablarlo con él, para no sentirme tan solo, me sentía mal…
– Sabías y sabes cómo se siente él después de aquello?
Silencio.
– No, no lo sé. Realmente no lo sé.
– Si Lo he entendido bien… tú ante aquel dolor solo supiste gestionarlo a través de la rabia y después de estos años en los que has sufrido mucho tomaste la decisión, te viste con fuerzas para venir aquí y te hubiera gustado que él hubiera sido capaz de gestionar su dolor de otra forma para poder haberte ayudado a ti a gestionar el tuyo
– Sí (titubeando)… sí
– Te veo con dudas…
– Escuchándote… joder igual no estoy siendo justo con él… igual no lo he sido todo este tiempo…
– Cómo hubiera sido siendo justo?
– Bufff… qué mal! Qué mal no? Jorge… es que… vaya mierda de justiciero soy…
Empieza a llorar. Silencio, un largo silencio. Se recompone y continúa…
– Qué gilipollas… era más fácil cabrearme con él por “no salvarme” que salvarme yo mismo. Joder… y ayudarlo después. Siempre igual Jorge, siempre igual. Toda la vida siendo un capullo… El “capullo” tiene cura?
Silencio. Y respondo.
– A esa pregunta no sé responder ni qué decir, pero sí puedo decirte y asegurar que acabas de dar un paso muy importante, imprescindible para avanzar. Has entendido que el dolor es tuyo, que viene de adentro y nada de lo que hay fuera podrá verlo, entenderlo, sentirlo ni gestionarlo. Sólo tú y para eso debes mirarlo, entenderlo.
Cada dolor como cada persona es diferente. El dolor nos cambia a todos, pero no a todos por igual. Unos se vuelven fríos y distantes, algunos solitarios y otros silenciosos. Pocas veces es una decisión consciente y pocas veces entendemos a la primera. Si no lo convertimos en llanto, en abrazo, en lo siento, un te quiero…se queda dentro y dentro nunca deja de doler. Pudriendo.
No es justo pedirle a alguien que no lo sienta para así no sentirlo nosotros, que no llore cuando eres tú quien no sabe cómo hacerlo, que no se sienta perdido porque creas que la pérdida más importante es la tuya. No es justo para nadie y sobre todo no lo es para ti.
No podemos imponer una falsa fortaleza ni exigir que alguien reprima su tristeza, sea cual sea la forma en la que la muestre. Sin empatía ni respeto ni podemos acompañar ni dejamos ser acompañados. Sin empatía ni respeto el dolor se hace fuerte y profundo. Y duele más… es tanto lo que puede llegar a doler.
A principios de año una paciente en una sesión reflexionaba sobre su dolor y ahora despidiéndome del último paciente de este año me viene a la mente aquello que dijo: “creo que ahora lo entiendo. Hay dolores que te hieren por fuera y otros que te matan por dentro”.
Acompañado ese dolor es hora de apagar las luces… por este año.

Jorge Juan García Insua