Sé que para ti soy poco más que un corazón roto y sé lo que cuesta querer a un corazón roto porque sé lo que me cuesta quererme.
Me pongo en tu lugar y entiendo que te alejes de mí. Me esfuerzo y créeme que mucho fingiendo que no me importa y que esos silencios tuyos no son una despedida sino que estás intentando lidiar con la misma tristeza que siento yo y que te niegas al pensar que es para ti una despedida.
Me esfuerzo en repetirme que es mejor así, aunque me suena como el más estúpido y gilipollas de los pensamientos que haya tenido nunca. Me repito que es mejor así, que no merezco atar a nadie a mis ruinas, todo para que nadie sepa del miedo tan atroz de sentir que me quedo sola con el recuerdo de lo que fuimos y alguna vez soñamos… y nunca llegaremos a ser.
Hay noches en que pienso que, si me miraras de nuevo con la misma ternura, mis grietas se volverían menos profundas, que cerrarían ir arte de magia y que desaparecerían las marcas de mi piel. Esa que besabas con ternura y que todavía puedo sentir, cuánta verdad eso de que la piel tiene memoria.
Me quiero tan poco que despierto y me repito que no se le pide a nadie que ame lo que está hecho pedazos. Amar los pedazos de algo que fue es hacerte daño al intentar abrazarlo, cortarte los labios a cada beso, no llegar a recordar cómo poner los trozos para que encajen, ya no como antes sino de alguna forma que se aguanten, que no caigan al mínimo temblor y que tus pupilas se abran y se iluminen como no hace tanto hacían al verme.
Sabias que no me quería y del miedo a que me quisieras aunque fuera un poquito. No parecía importarte ni tampoco noté que eso te condicionara. Me decías que el amor no necesitaba estar completo para ser real, que incluso lo roto podía ser hermoso si se miraba con la mirada adecuada y que mientras yo ajustaba la mía tú no podías evitar la tuya. Me parecía tan romántico que miraras así…
Yo quería creerte, de verdad lo intentaba, pero dentro de mí siempre estaba esa voz que me gritaba que era insuficiente, que nadie debería cargar con mis neuras y que si a estas alturas no había aprendido a cargar con ellas yo arrastrarían a cualquiera que quiera llevarlas conmigo.

Aun así, tus miradas y tus palabras se quedaron en mí, se volvieron mi refugio. Había instantes en los que casi podía convencerme de que bastaba con tu abrazo para que todo tuviera sentido, como si la vida se redujera a esos segundos en que respirábamos juntos. Hubieron días que deseé que se me parara el corazón estando en tus brazos…
Pero el miedo… el puñetero miedo era más fuerte. El miedo de perderte, el miedo de quedarme sola, el miedo de que descubrieras hasta qué punto me sentía rota, más hecha añicos de lo que nunca imaginé. Y en ese miedo, sin querer pero en fondo deseándolo, fui alejándote. Como quien cierra la puerta antes de que alguien más lo haga, aunque por dentro esté deseando que la derriben. Qué burra verdad?
Ahora escribo estas palabras como si fueran un conjuro, ay las meigas, como si al ponerlas aquí pudieran devolverte, aunque sea un poco. Tal vez no regreses, tal vez no quieras, tal vez solo quiero gritar que aún siendo un amor a pedazos era de verdad, era amor.
No quiero que leas estas palabras, me moriría de vergüenza, ojalá se pierdan, se borren, se mojen y desaparezcan como yo me perdí en tu mirada la última vez. Pero no puedo evitar escribirlas en silencio, es mi manera de sostenerte un poco más.
Me descubro imaginando futuros que ya no existen, conversaciones que nunca tendremos, mañanas en las que aún despiertas a mi lado. Me duele tanto tanto tanto que sin sentido me aferro a ese dolor como única prueba de que todo fue real. Porque si dejara de doler, ¿quedaría algo de nosotros? No respondas, no respondas por favor.
A veces pienso que no fue amor lo que se rompió, sino la creencia de que yo pudiera merecerlo. Porque amarte era fácil, lo difícil era creer que alguien como tú pudiera quedarse con alguien como yo.
Sé que seguir intentando quererme es un acto tan inútil como esperar que me sigas queriendo, pero también sé que es lo único que me salva de desaparecer del todo. Ese dolor me sostiene.
Te confieso que a veces quisiera odiarte, sería más fácil. Sería tan sencillo culparte, señalarte, decir que fuiste tú quien me dejó así. Pero no puedo. Tal vez porque en el fondo sé que fuiste lo mejor que me pasó, incluso si el final fue este vacío. Tal vez porque este vacío ya estaba antes de ti y solo contigo dejé de sentirlo.
Me sorprendo repitiéndome que algún día aprenderé a quererme un poco más, aunque todavía no sepa cómo, aunque no sepa si ese día llegará. Quizá ese sea el único camino…. aprender a ser mi propio refugio, con el consuelo del recuerdo de la paz de tus brazos.
Quién sabe si un día habrá un último intento de arreglarme, de sanarme, de buscarte. No lo veo, no lo quiero, no lo siento pero es irremediable. Si llega no quiero guardarme rencor, tampoco culpas. No puedo con más. Me conformo si ese día soy capaz de agradecer lo que fuimos, que existió y que hubieron días que fue suficiente.
Y si mi destino sea vivir entre mis pedazos, abrazar un vacío que ya se ha vuelto costumbre para luchar contra el miedo de imaginar que algún día incluso eso se desvanecerá y ni siquiera el dolor me hará compañía.
Me rompe pensar que si desaparece también el dolor, ¿qué prueba quedará de que existimos? En el fondo, aunque duela, es lo último que me queda de ti.
Jorge Juan García Insua