Hay sesiones de terapia de pareja donde una pregunta aparentemente simple, una pregunta sobre el “por qué” del amor, abre un espacio donde ambos se encontraron frente a sus propias vulnerabilidades.
Una de estas sesiones fue esta semana y tuvo un momento que ella le dice a él…
– Por qué yo? No me digas que me quieres y punto. Sé que me quieres pero por qué?
– Porque te quiero y porque… soy contigo como no podría ser con nadie más.
Cuando ella dice: “No me digas que me quieres y punto. Sé que me quieres pero por qué?”, lo que está expresando no es duda sobre el amor, sino una necesidad de sentirse elegida, comprendida y valorada por cualidades concretas.
Quiere saber qué de ella hace que la relación tenga sentido.
En terapia suele interpretarse como una búsqueda de seguridad emocional, o de confirmación de identidad dentro de la relación. No le basta la expresión afectiva general; necesita algo que aterrice en lo real, en su singularidad.
Cuando él dice: “Porque te quiero y porque… soy contigo como no podría ser con nadie más” está dando una respuesta que transmite autenticidad emocional, pero está centrada en cómo se siente él, no en describir a la otra persona. Es un lenguaje emocional más visceral: “Esto es lo que tú provocas en mí”. Para muchas personas, eso ya es la razón de amar.
Pero no responde exactamente a la pregunta original de ella. Ella en su pregunta estaba buscando la respuesta a ¿Qué ves en mí? ¿Qué te enamora de mí? ¿Por qué me eliges?

Cuando les he planteado estas interpretaciones él se ha quedado pensativo y ha preguntado con una mezcla de curiosidad y vulnerabilidad:
-Entonces… ¿qué tendría que decir? ¿Qué es lo que ella necesita escuchar exactamente?
Lo miro intentando sostener el espacio sin convertirlo en un “manual de respuestas correctas” y le matizo “no se trata de decir lo que toca, sino de descubrirlo”.
Ella asiente al escucharme y prosigo explicándole que la pregunta de ella no es un examen, sino una invitación a mirar la relación con más detalle.
Él de nuevo se queda pensativo y como si pensara en voz alta sigue…
– Es que yo… siento muchas cosas, pero no sé ponerles nombre. Sé por qué la quiero, pero no sé si es “lo que se supone que debería decir”. No quiero inventarme nada. Quiero que sea verdad.
Ella lo escucha, y en lugar de responder de inmediato, lo mira con una mezcla de ternura y expectativa. Aprecia el esfuerzo, pero aún espera algo más claro, más concreto.
– Quizá no se trata de buscar una frase perfecta ahora mismo -le digo a él. A veces, es de ayuda intentar describir lo que sientes de forma más específica. ¿Te gustaría intentar decir solo una cosa… una cualidad suya que te llegue especialmente? No hace falta que sea la respuesta completa, solo un primer paso.
Él respira hondo, espera unos segundos, la mira y dice mirándola con cierta vergüenza…
– Creo que… (mirándola) me enamora que contigo puedo ser honesto sin miedo. Que no tengo que hacerme el fuerte. Eso no me ha pasado nunca hasta que te conocí.
Ella baja la mirada, se le humedecen los ojos ante unas palabras sinceras y creo que para ella inesperadas. Ahí, en esa frase sencilla, se abre un punto de encuentro que no estaba antes.
La sesión continúa desde esa nueva puerta entreabierta, una puerta que enseña que a veces el amor no avanza a través de grandes declaraciones, sino a través de estos pequeños actos de verdad compartida. Y mientras los observo en silencio, siento que ambos están tocando algo muy importante y significativo, la posibilidad de “encontrarse” sin defensas.
Me quedo un instante con la imagen de ella recibiendo esas palabras. No fue solo emoción, también alivio. Como si por fin algo dentro de ella dejara de tensarse. Porque lo que él dijo no fue una frase bonita ni un cumplido aprendido, fue un reconocimiento especial. Dice “veo lo que significas en mi vida”, aunque no lo formule así.
Y él, en ese gesto de verbalizar algo que le cuesta nombrar, también dio un paso importante. No buscó la frase correcta, buscó la honesta, la de dentro. Vi en él el esfuerzo por traducir un sentir que no estaba acostumbrado a expresar. Es como si hubiese abierto una pequeña puerta en ese muro de autoexigencia y reserva emocional que ha tenido durante años.
Lo que vino después fue más pausado. Sus voces bajaron de intensidad, como si hubieran encontrado un tono más emocional y de confianza. Ella empezó a hablar de lo que teme perder. Él habló de lo que teme no saber dar. Dos vulnerabilidades distintas, pero complementarias.
En un momento les pregunté qué había sido diferente en ese instante. Ella dijo “que me habló desde él, pero hacia mí”. Y él respondió, sorprendido por sus propias palabras, “que no tuve que adivinar lo que quería decir”. Frases tan aparentemente simples que encierran el trabajo de semanas.
Llego al final de esta última sesión con una sensación cálida. No porque todo esté resuelto, que no lo está, sino porque hoy se dieron un regalo mutuo en forma de vulnerabilidad. Y cuando en pareja aparece un fragmento de verdad vulnerable, el vínculo respira distinto.
Me recuerdan que el amor no siempre necesita respuestas perfectas. A veces solo necesita que cada uno tenga el valor de mirarse de verdad y decir: “Esto soy. Esto siento. Y quiero intentarlo contigo”.
Es un regalo asistir a un sesión de pareja donde salen mirándose distinto, sin la pesada carga de los viejos reproches y ataques. No es que hayan desaparecido, pero hoy perdieron algo de volumen. Hoy, lo que habló más fuerte fue la vulnerabilidad y los sentimientos compartidos.
Me quedo mirando mis notas y ese círculo cuando dijo que con ella podía ser honesto sin miedo. Ese tipo de confesión suele aparecer cuando algo empieza a aflojar por dentro. No es solo una declaración romántica, es un reconocimiento de seguridad emocional. Y para ella, que venía pidiendo precisamente sentirse elegida y vista, escuchar eso le tocó una fibra, tal vez una que llevaba tiempo esperando.
Reflexiono también sobre ella, su reacción, ese bajar la mirada, ese brillo en los ojos, decía mucho más que cualquier palabra. Ella no lo necesitaba “perfecto”, lo necesitaba real. Y él, sin saberlo del todo, le dio exactamente eso.
Y pienso en él, que muchas veces llega a sesión con esa mezcla de confusión y deseo de hacerlo bien, pero sin herramientas emocionales “ajustadas”. Hoy vi en su gesto algo parecido al orgullo tímido de haber logrado decir algo que siente y siente de verdad. Y también el temor a no decir “lo correcto”. Es tan humano ese miedo… quien no lo ha sentido alguna vez.
Sé que vendrán sesiones difíciles, incomprensiones que parecerán nuevas y viejos patrones que intentarán regresar. Pero lo que hoy apareció—esa sinceridad mínima pero luminosa—es un punto de apoyo. Un lugar al que podremos volver cuando la comunicación se enrede de nuevo.
Y mientras apago las luces de la consulta no puedo evitar quedarme con una última imagen: la forma en que ella lo miró después de sus palabras. No era un “por fin dijiste lo que esperaba”, sino un “ahí estás… y te veo”. Esa mirada, cuando aparece, suele ser el comienzo de algo que merece ser cuidado con mucha delicadeza.
Ojalá que en la próxima sesión puedan volver a encontrarse desde ese mismo lugar. Él, atreviéndose a nombrar lo que siente. Ella, permitiéndose recibirlo. La relación, encontrando espacio y respiro.
En terapia de pareja, siempre hay un punto en el que el objetivo no es “resolver” sino “mirar”, mirar al otro con menos miedo, mirarse a uno mismo con menos dureza, mirar la relación con un poco más de honestidad y un poco menos de exigencia.
Hoy, ellos hicieron justamente eso.
Sé que el camino seguirá siendo irregular, como todos los caminos que valen la pena. Habrá retrocesos, silencios incómodos, emociones que aún no encuentran palabras.
Pero confío en algo… tienen dentro de sí la capacidad de volver a encontrarse cuando se pierdan. Lo han hecho ya sin darse cuenta.

Jorge Juan García Insua