Hoy me han pedido matrimonio.
No una vez… sino dos.
Y lo ha hecho alguien que no me conoce prácticamente de nada, salvo de verme en algunos momentos trabajando. Hasta entonces no se había fijado en mí, o al menos no como para sentirse atraída. La diferencia es que esta mañana mientras desayunaba me ha leído, detenidamente hasta el punto de emocionarse y enamorarse de aquello que con más o menos acierto intento describir con palabras.
Tras su segundo intento de desposarme y mientras compartíamos confidencias me sentía avergonzado de cómo alguien podía sentir algún tipo de conexión a través de este blog, y sobre todo, de lo acertado de todo aquello que sobre mí creía saber. En un momento me ha dicho que sentía que allá donde me había roto me había hecho más fuerte, pero lejos de dar la espalda al mundo y a la vida me había abrazado a ella, y que sólo eso ya le parecía algo maravilloso y admirable.
Escuchándola y mientras mis mejillas se sonrojaban a niveles estratosféricos he recordado un “Estado” que le cogí prestado días atrás a alguien con quien conecto mucho y que hacía referencia a un arte japonés, el Kintsugi, el arte de hacer bello y fuerte lo frágil. Consiste en reparan objetos rotos, enalteciendo la zona dañada rellenando las grietas con oro. El valor de este arte reside en creer que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Y no sólo me parece hermoso sino romántico hasta la médula. Lejos de querer ocultar los defectos y grietas, o directamente deshacerse de la pieza, las cicatrices se remarcan y celebran para que su belleza recaiga en el reconocimiento de su vulnerabilidad, su valentía y su capacidad de recuperación.
Entiendo el Kintsugi es un sentido e incondicional acto de amor donde una herida deja de ser oscuridad para pasar a ser luz e iluminar a otros y hay tanta resilencia en esta filosofía que no puedo evitar sentirme identificado y representado. Es una metáfora de la vida misma, en que la que a menudo nos falta paciencia para dejar sanar nuestras heridas emocionales o dar el espacio para que sanen otros a los que queremos, donde las ocultamos, las negamos y tapamos para que nadie las vea, llevando el peso del dolor interno y la falsa vergüenza de que puedan ser descubiertas. Cuántos miedos y perjuicios llevamos en la mochila… Y si en lugar de eso hiciéramos todo lo contrario, mostrándolas, reconstruyéndolas y creciendo en el esfuerzo. ¿Y si nos enorgulleciéramos de hacerlo? Y si además nos lo reconocieran y reforzaran el enorme esfuerzo que nos supone, nos las acariciaran y besaran…
Deberíamos enseñar a nuestros hijos esta técnica para que de pequeños se empaparan de la importancia de dar segundas oportunidades y en lo atractivo que puede tener cualquier imperfección. Para que en una cultura donde todo tiene fecha de caducidad y donde las redes sociales siguen potenciando y malformando ideas de belleza imposibles se pudiera perfeccionar el defecto y reconocer nuestra vulnerabilidad e incapacidad para ser perfectos.
Suena a cruzada pero con el paso de los años he tenido la enorme fortuna de cruzarme con “piezas” únicas, irrempazables y fascinantes, que mientras se remendaban crecían y nos hacían crecer a quienes compartíamos con ellas angustias, miedos, emociones y pasos. Como en el Kintsugi con los objetos reparados, acompañar y sentirse acompañado en ese camino de ruptura, dificultad y transformación refuerza los lazos y crea vínculos intensos y especiales.
Aquel día guardé el estado sin tener todavía muy claro por qué y me llevaba a querer reservarlo. Hoy le has dado sentido, me has recordado que debo sentirme orgulloso de escribir, de mostrarme y has dibujado un trocito en algunas de mis reparaciones…
He pensado que ya que leerme te había hecho llegar tarde hoy a trabajar y que en cambio a mi me has provocado muchas sonrisas que menos que escribir de ti, y que si mañana, por leerme y leer de ti, vuelves a llegar tarde que sea sonriendo tú.
No sé si algún día nos llegaremos a casar… pero en cualquier caso ambos tendremos una bonita historia que contar.
Gracias por tu cariño y por ser parte de mi camino.
Un beso…
Jorge Juan García Insua
