
Suena el teléfono. Domingo media tarde. El número es familiar y contesto.
-Necesito que me ayudes, no puedo más. Quiero enviarte a mi hija y que haga terapia contigo.
-Quieres enviarme… estoy entendiendo que no es ella la que te ha pedido venir, de hecho, por la forma en que me lo dices me atrevo a decir que ella no sabe que quieres que venga
–No, no… aún no se lo he dicho Jorge. Es que quería hablar contigo antes y ver qué pensabas tú de todo…
-Y qué es todo?
–Discutimos todo el día Jorge. Todo lo que le digo le sienta mal, me dice que no la entiendo y cada día peor. El otro día hasta me gritó… y luego es super cariñosa, viene, me abraza… pero cuando tengo que corregirla o decirle cosas que quiero que haga, o que no las haga, no escucha, no quiere escuchar y ahí chocamos.
-Tu hija tiene 16 años verdad?
-Sí, cumplió los 16 en enero y no veo el momento de que pase la adolescencia, cada año vamos a peor
-Además de esos «choques» que tiene contigo, y que recuerdo me habías dicho que tenía también con su hermana pequeña, hay algún otro problema de comportamiento que te preocupe… en el colegio? Con tu pareja? Con sus abuelos?
–En el cole va bien, no saca sobresalientes pero va bien… iría mejor si no fuera por algún «amigo» y que está todo el día con el móvil Jorge. Alguna vez ha chocado con mi madre pero es por lo mismo, cuando la intenta corregir o le dice lo que debe hacer, en el fondo adora a su abuela.
-Entonces, qué esperas de mí exactamente?
-Que la hagas razonar. Tú seguro que puedes hablar con ella y hacerle entrar en razón, que entienda que lo hago por su bien, que me preocupo por ella…
-Cómo crees que yo podría conseguir eso?
-Jorge tú sabes comunicarte con cualquiera, lo que hiciste conmigo pues ahora con ella. Ella te escuchará seguro. A mí me escuchaste y me ayudaste mucho.
-Me estás pidiendo que me siente con tu hija y que la escuche. Es eso?
-Bueno… sí, eso y eso que haces… ya me entiendes
-Déjame que te haga una pregunta… Has intentado estar a su lado y escucharla?
–Sí claro.
-Recuerdo una sesión donde hablamos de por qué nuestra relación como Coach y Clienta funcionaba. Te acuerdas que desde el primer día te dije que aquel era tu espacio y que en mi siempre encontrarías al alguien dispuesto a escuchar, sin juicios ni prejuicios, que desde el momento que entrabas por la puerta estaría para tí hasta que salieras
-Sí, claro. Eso creo que le irá muy bien a mi hija
-Qué te impide hacerlo tú?
Silencio. Un largo silencio…
Colgar y venirme a la cabeza esa frase que dice que «La adolescencia es esa fase donde el niño se da cuenta de que todos lo adultos son imperfectos». No conozco a ningún padre que no haya tenido miedo de la adolescencia de sus hijos e incluso en alguna ocasión me reconozco entre ellos. Y no conozco a ningún niño o adolescente en el que no haya visto una cualidad que lo haga especial. Siempre hay un lado bueno, siempre. Algo que lo hace especial, que lo diferencia y que supone una oportunidad para reconectar con él, para hablar bien de él , para sentirse orgulloso, para regalarle tiempo y ofrecerle el que necesite. Ese que nos empeñamos en malgastar en cosas con infinito menos valor, para ellos y sobre todo para nosotros.
Y para compartir ese tiempo la única condición es escuchar desde el amor, desde una postura real de empatía. les pedimos que entienda un punto de vista adulto para el que todavía no están preparados y al hacerlo no nos damos cuenta de que insistir en esa via perdemos la oportunidad de conocerlos desde su mundo y peculiar forma de ver el mundo que les rodea, esa que nosotros estamos perdiendo a pasos agigantados.
Nos excusamos diciendo que queremos protegerlos del mundo y somos nosotros los que tenemos miedo de lo que hay ahí fuera. No ellos. Ahí nacen y se alimentan muchas de nuestras barreras, en nuestros miedos y en nuestra pérdida de capacidad para hablar desde la misma naturalidad y franqueza que lo hacen ellos.

Tal vez esas dificultades para conectar con el hijo en plena adolescencia no son muy diferentes de las que los padres pueden tener en otros ámbitos del día a día, y al contrario, ofrecen una impagable oportunidad para demostrarnos cómo de preparados estamos para escuchar dejando atrás prejuicios y respuestas preconcebidas.
Esa malentendida independencia a la que aspira todo adolescente y que trae tan de cabeza a la mayoría de padres puede verse como una amenaza a la pérdida de esa adorable etapa infantil o como una maravillosa oportunidad de crear una relación de confianza, cariño y respeto que les refuerza el adulto que un día serán.
Y no, su hija no será clienta mía. Y no, su madre tampoco lo volverá a ser. Pero cuando nos despedíamos me has dicho que desde un día de verano que le enviaste una publicación mía ella me lee y en alguna ocasión algo escrito por mi había sido tema de conversación.
Así que con todo mi cariño no os sorprenderá que me haya dejado llevar y me haya puesto a escribir. Tal vez con un poco de suerte mañana esas líneas os inviten a seguir conversando…
Sólo déjame hacerte un comentario final… tienes razón y si todo lo atiendo y hago así no me haré rico, pero momentos y conversaciones como la de esta tarde no tienen precio.
Un fuerte abrazo,
Jorge Juan Garcia Insua