
Ha sido un viaje especial. No especialmente largo, lo de menos era la distancia. Lo importante era el motivo.
Apenas 20 km los que separan la casa familiar de La Barquiña a la granja de conejos de Boiro, donde me regalaron hace apenas 15 días una coneja a la que días atrás P ya había prebautizada como ScoobyDoo.
Días donde algunos allegados al conocer al nuevo componente familiar de 4 patas y una cola me decía … “uy, qué mal lo va a pasar P cuando lo devuelvas”, “no crees que es mejor llevarlo para Barcelona que los niños se lleven semejante disgusto”… y opiniones del mismo estilo, siempre automáticas y dando por sentado lo qué supuestamente debería suceder llegado el momento. Ideas preconcebidas, sesgadas…
A todas iba respondiendo de la misma forma. Si darles cabida y confiando ciegamente en P y J y su capacidad emocional para gestionar ese momento y sobre todo, sabiendo que para ellos lo más importante es y será que ScoobyDoo esté donde mejor pueden cuidarlo y dónde mejor que con sus centenares de padres y hermanos.
Va a ser imposible olvidar con qué cariño le daba las buenas noches y me recordaba a mi que se las diera antes de dormir, como lo primero que hacía cada mañana aún con los ojos medio cerrados era cogerlo y comprobar que estaba bien… construyendo lazos tan fuertes que seguro que pasarán los años y seguirán recordando el verano que pasaron en Galicia con Scooby.
Mientras conducía de camino a la granja miraba por el espejo como P sereno le hablaba a su mascota… le recordaba lo vivido estos días, lo aprendido juntos y cómo le decía bajo la atenta mirada de su hermano y su prima cuánto lo quería y lo iba a echar de menos.… “No te olvidaremos nunca…”
Escuchándolo me emocionaba con él y en silencio me llenaba de orgullo de ver cómo convertía una despedida y en cierto modo un duelo en una escena tan bonita como solo unos niños son capaces de hacer, poniendo el corazón y anteponiendo su mascota a sus propios deseos, que lógicamente serían llevársela a Barcelona.
Llegado el momento P no ha dudado en bajar del coche con él y secundado por su hermano y María llevarlo hasta su jaula en el interior de la granja. No sé de dónde han sacado la entereza para abrazarlo y mientras lo besaban decirle cuánto lo querían y que ojalá puedan verse el próximo año…
Miraba la escena y al dueño de la granja. Posiblemente lo último que esperaba es que volviéramos para devolverle el conejo y devolverlo con su familia… Sorprendido y con lágrimas en los ojos no se creía la escena en la que tres niños enamorados de un conejo prestaban más atención al bienestar de éste y que se adaptara lo mejor posible a la nueva jaula que al dolor de separarse de su amigo de largas orejas. Así de generosos son los niños… cuánto podemos aprender de ellos.
Cuando al final se ha agachado para decirles que el próximo año pueden volver ellos le han respondido con un sentido abrazo. Sobraban palabras. Ese tierno abrazo hablaba por sí solo y ponía sello a ese lazo que se ha ido tejiendo durante estos días.
Mis hijos me han enseñado estos años a confiar en ellos y en su inmensa capacidad para entregarse, para gestionar momentos y situaciones emocionalmente intensas que para un adulto resultarían amargas y difíciles de digerir con naturalidad y sencillez.
Esta vez he podido ver y me han enseñado cómo soltar para seguir, cómo soltar para construir sobre el recuerdo de lo aprendido y compartido en lugar de quedarse atados al pensamientos de no verlo más, a la creencia de que les pertenece o el miedo a no saber disfrutar si no es con él.
Y yo, que a menudo vivo sesiones y procesos de duelos llenos de dolor y con dificultades para avanzar, que acompaño a personas que no saben cómo soltar y seguir me llevo una lección de cómo hacerlo desde una mirada distinta, inocente y generosa a rabiar.

Me llevo de esta experiencia el orgullo de ver a los tres pequeños de la familia crecer y entender que dar sin esperar a cambio es el mayor de los regalos y que hasta el más pequeño de los conejos tiene mucho que enseñar… sólo hace falta estar dispuesto a abrir los ojos, levantar las orejas y mirar como mira un niño, viviendo cada momento como una nueva posibilidad de explorar y disfrutar del mundo que nos rodea, sabiendo que cada día es único y que incluso abrir la puerta de una jaula es motivo suficiente para ser feliz.
Mientras los adultos nos atormentamos y preocupamos muchas veces en exceso, nos atamos a recuerdos aún sabiendo que nos hacen daño… ellos rápidamente cambian el chip y exprimen cada situación para jugar y ser felices, cuando se sienten libres y seguros sueltan y llenan su mochila de risas y sonrisas y en eso, niños y conejo, nos llevan mucha ventaja. Ser y estar. Ese es su secreto.
Gracias Scooby por compartir con nosotros un verano… Hay equipajes que no se pueden llevar en un bolsillo y que sólo se llevan en el corazón.
Gracias P, J y María por seguir dando lecciones de humanidad y no dejar que pierda la mirada infantil que a estas alturas me pueda quedar.
Jorge Juan García Insua
* Mil gracias de corazón al dueño de la granja de conejos de Boiro. Sin tu generosidad aquella tarde al regalar a un desconocido un conejo para sorprender a sus hijos nada de esto hubiera podido suceder.

Hola, Gran lección de vida. Se aprende muchísimo de los niños, que ninguna maldad tienen, siempre son puros y naturales. Creo que, me ha emocionado y se me ha metido algo en el ojos. Je Je! En los adultos, por miedo a mostrar debilidad, éstas cosas apenas se darían, o puede que lo hiciéramos, algo de reparo. O con el «si el/ella no lo hico conmigo, por qué lo voy hacer yo» el orgullo y el miedo, esa mezcla que a veces es un cóctel molotov. Gran anécdota que puede servir para los adultos. Y tanto que sí. ME HA GUSTADO MUCHO LA ENTRADA. LE HE PUESTO UNA ESTRELLITA. COMPARTO Y FELIZ FIN DE SEMANA MARAVILLOSO, PARA TI Y TU FAMILIA ADORABLE. KEREN,
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Ha sido muy emotivo leer tu post. Los niños nos ofrecen momentos únicos que son auténticas lecciones de cómo actuar ante determinadas situaciones y circunstancias. Felicidades y gracias por compartir esos momentos familiares con nosotros. Saludos.
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