
Esta tarde mientras hacía un transbordo en el metro de Barcelona y esperaba la llegada del metro un hombre se ha puesto delante de mí, se ha abierto su chaqueta larga y me ha enseñado sus partes íntimas.
Mi primera reacción ha sido mirarlo a los ojos y no reaccionar mientras una Señora a mi lado gritaba, me cogía del hombro y empezaba a insultarlo. Acto seguido ha desaparecido entre la gente que salía de los vagones al llegar el metro.
Al entrar en el vagón la Señora sin separarse de mi me ha dicho que debería ir a denunciarlo porque “esa gente son unos guarros, violadores y hoy puedes ser tú y mañana cualquier mujer. Esa gente debería ir al loquero y estar encerrada de por vida porque no es normal”. Estas palabras las ha escuchado otra señora que estaba a nuestro lado y casi sin darme cuenta corría como la pólvora el rumor de un violador por el vagón.
Para ser sincero no me he visto amenazado ni violento en ningún momento, sorprendido sí y también pensaba en el tiempo que hacía que no veía o no escuchaba nada sobre un exhibicionista. Puedo entender la reacción de la Señora e incluso su punto de vista pero sin haberlo pretendido he caído en que mi reacción ha sido completamente opuesta y posiblemente lo mejor que podría haber hecho es darle una tarjeta al hombre de la gabardina.
Sólo tenía una parada hasta mi destino y no lo he hecho pero me hubiera gustado explicarles a las señoras que el exhibicionismo es una parafilia y que aún pareciendo contradictorio la mayoría de exhibicionistas no presenta un trastorno exhibicionista… pero supongo que esto me ha resultado complejo de explicar y tampoco creo que hubiera parado la espiral de rumores y comentarios que se han generado.
Hubiera tardado en explicarle que en lugar de buscar un encuentro sexual en realidad nuestro exhibicionista lo estaba reprimiendo, que casi nunca hay una intención posterior de sexo tras ese fugaz momento y que rara vez un exhibicionista comete violaciones o realmente acaba «trastornado».
No sé como hubiera reaccionado si le hubiera explicado que la mayoría de exhibicionistas son casados y viven un matrimonio donde el conflicto está a la orden del día y que sí, como ella decía, casi la mitad son detenidos por esas conductas incluso más de una vez. Muchos de ellos son personas muy tímidas, nada agresivos, con muy baja autoestima y con dificultades para relacionarse con mujeres… y todo esto a pesar de que muchos vienen de niveles sociales medios o incluso medio-altos.
Pero ahora que lo pienso debo disculparme con Usted señora. Y si algún día lee esto seguro que se pregunta cuando llegue aquí por qué.
Porque todo esto que hubiera dicho y hecho no habría sido para explicarle ni ayudarla a entender esa conducta. Le hubiera dicho que lo hacía por deformación profesional y la verdad es que lo hubiera hecho porque eso que me ha molestado de su comportamiento (y del revuelo posterior) me ha removido y de alguna forma ha conectado con una tendencia mía quijotesca de defensa de lo otros y de un intento de darle oportunidad incluso al que la pide desnudo. Y veo tan vulnerable al que solo quiere impresionarme con una gabardina…
Lo sé, sé que estoy yendo por los cerros de Úbeda pero no hubiera sido justo, en el fondo mis palabras hubieran pretendido culparla por sus pensamientos y tan válidos son los suyos, como los míos o como los de nuestro desnudo protagonista. Peccavi cogitatione.
Pensará que lo estoy justificando y créame que no es esa mi intención, pero sí tengo intención de no ser juez. Tendemos a rechazar y condenar lo que no sabemos, conocemos o nos resulta juiciosamente condenable y yo si peco es de todo lo contrario. Quizá y ahora sí es por deformación profesional o tal vez debo hacérmelo mirar o me auto destinaré a seguir mirando a mi alrededor con curiosidad y con la mente lo más «desnuda» posible. Tal vez me acabe desnudando más de lo que ya he hecho en algunas parte de este blog… no se asuste, hablo en sentido figurado. O no…
Sigo pensando que en el no señalar hay una de las muestras de mayor respeto que puedo tener hacia otro, posiblemente marcado por las veces que he visto como etiquetar o “marcar” ha llevado a demasiadas personas (y por qué no reconocerlo… a mí mismo) ha ponerse tras una máscara, engañar o engañarse para intentar así encajar. Eso es lo que me ha molestado. La facilidad con la que denunciamos, señalamos, juzgamos y creemos saber todo de otro… sin mirar más allá e intentar entender y ver a través de ojos que no son nuestros.
Tal vez por eso a veces voy con gabardina… tal vez mi normalidad está desviada, estoy también desviado de la norma y tras esa prenda y aún yendo vestido debajo de ella pretendo para desapercibido o sorprender sabiendo que también puedo ser juzgado o señalado.
Cómo somos… verdad?
En fin Señora… posiblemente sí tenga razón y debería haberlo denunciado. O no. Una vez más deje que me disculpe y gracias por dejarme escuchar sus reflexiones, por dejarme no decirle y por compartir conmigo el trayecto de una parada de metro.
Ah… me permito un último detalle… me gusta la gabardina azulada que llevaba. Me refiero a a la suya no a la de «hombre sorpresa».

Jorge Juan Garcia Insua
“Nada hay más surreal que la realidad” – Salvador Dalí