
Hay sesiones que no son terapia propiamente dicha, o sí… que van más allá del momento presente y que necesitan de calma y respiración lenta para asimilar cómo de importante son para la persona que tienes delante y para quien la comparte.
Sesiones que me llevan a aplazar la escucha posterior, consciente de que si lo hago siguiendo mi planning habitual de hacerlo antes de 48-72 h perderé gran parte de mi objetividad y no podré dar lo mejor de mí en la siguiente sesión.
Una de las sesiones de esta semana me ha estado removiendo días y me ha empujado a escribir.
Un momento la sesión fue así…
– Cada día me despierto pensando que falta un poco menos para estar a su lado y eso me consuela, es como un anestésico para el dolor.
(Jorge)- Cómo es ese encuentro?
– Me tumbo a su lado, me dice sonriendo que por qué he tardado tanto en volver, me abraza y vuelvo a notar su calor
J- Qué significado tiene para ti ese calor?
– No hacen falta las palabras.. de hecho no me imagino muerto y hablando Jorge pero sí abrazando, besando… ahora sí pensarás que estoy loco o que esta puta enfermedad se está comiendo lo poco razonable que queda en mi. Todo es… como más lento, pausado, es muy de tacto, contacto…
J- Te miro y transmites que estás disfrutando de algo que echabas de menos
Largo silencio
– Sí… tienes toda la razón. Aprendí tarde a dar abrazos, demasiado tarde, nadie supo enseñarme antes. Y me arrepentí. Me arrepiento. Sabes, en el funeral un primo me dijo que no tenía nada de lo que arrepentirme, que había hecho todo lo posible, que yo no podía hacer más…
J- Lo sentías así?
– No, no… no le contesté Jorge. Sentía que sólo lo había abrazado de verdad cuando supe que estaba enfermo y que toda aquella mierda tenía muy mala pinta. El miedo a perderlo, fue el puto miedo lo que me empujó a abrazarlo durante horas y horas. Pero ninguno de esos abrazos me devolvía los que ya había perdido y me sentía culpable. Nunca antes le había dicho tantas veces te quiero, a diario, al despertarse, al irse a dormir…
J- Sientes culpabilidad en ese reencuentro?
– No, pensaba que sí pasaría pero nada de eso. Todo lo contrario. Me devuelve el abrazo, tierno y fuerte. Lloramos los dos, pero lloramos y sonreímos… es de locos verdad? Y después de abrazarme pasaba sus dedos por mis cicatrices…
J- Cicatrices…
– Pasó sus dedos por las marcas y me miró. Papá ahora son casi invisibles! – me dice. Se curaron amor, se curaron hasta casi desaparecer-le contesté. Por qué no desparecen?- pregunta… por qué alguien me ayudó a aceptar que por más dolor que sintiera no podría volver a estar con vosotros en vida, el dolor no desapareció pero aprendí a hacerlo soportable. Si la cicatriz hubiera desparecido os hubiera olvidado y no hay nada en el mundo que vivo o muerto sea más fuerte que vuestro recuerdo
De nuevo un largo silencio…
– … y me dice que cuando llegue el momento el me enseñará a olvidarlas del todo. Y lo siento…
J- Me doy cuenta que desde que comenzamos las sesiones es la primera vez que te veo tranquilo
– Justo eso Jorge, tranquilo. Cuando me lo encuentre le explicaré quien me ayudado a curar las cicatrices, le hablaré de ti.
Crees que será así como lo he imaginado?
J- Creo que ya lo has hecho real y que necesitabas superar ese bloqueo y decirle lo que sentías, te lo debías y la culpabilidad no te dejaba. Creo que tenías la necesidad de conectar con tu hijo para hacer de forma serena el camino hacia él y hacia tu mujer.
– Tal vez por eso ella aún no ha aparecido en estos sueños, visiones o lo que sean… tal vez tenia miedo de qué me diría por pensar que no había cumplido mi promesa de cuidar de él cuando ella marchara, por no haber ido antes al médico…
J- Ahora sientes ese miedo?
– No, es extraño pero no.
J- Y si en lugar de esperar a ver qué te dice ella le dices tú cómo ha sido para ti vivir su pérdida y la de tu hijo?
– Bufff… Le diría
– Perdona… cierra los ojos, respira… conecta con ella y dile, no “dirías”… dile
Y la habló.
. . .
La primera vez que lo tuve delante nos miramos. A pesar del metro y medio que nos separaba podía escuchar su respiración y cuando pregunté qué lo había traído hacía mi me dijo “me muero, me muero y no estoy preparado ni para lo que dejo aquí ni para lo que me encontraré allí. Necesito que me ayudes”.
Admiro a cada una de las personas que se sientan delante mío y tienen el valor de escucharse, de reconocerse, de aceptar sus luces y sus sombras, de quitarse capas y máscaras, de buscar lo mejor que cada uno llevamos dentro… pero por encima de todo admiro la enorme fuerza que tienen las personas que sabiendo que su tiempo se acaban deciden hacerlo y dedicar sus últimos días a ellos mismos.
Lo admiro porque yo que he sentido cerca y he tenido miedo a la muerte no sé si tendría ese valor y si sabría gestionarlo como lo hacen ellos. Cuánto tengo que aprender todavía y qué regalo el que me hacen confiando en mi lo que hasta ese momento no lo han hecho antes con nadie.
Sólo comenzar la escucha me ha recordado que si las cicatrices deja huellas imborrables, los abrazos también y que estos cuando son de verdad transcienden a la vida.
Las sesiones enseñan, y también a mi, que las cicatrices no duelen, ninguna. Como todas las heridas necesitan limpiarse, dejarlas secar y cuidar que no curen en falso. Si le dedicas el tiempo necesario se acaba convirtiendo en una línea, tan fina que sólo tú sabes que existe y puedes ver, que te recuerda como te afectó y como fuiste capaz de transformarla. No hay cura en la vergüenza o en la negación pero sí la encuentras cuando miras la herida, la tocas, la sientes y la entiendes.
Pasas la mano por ellas y sientes que ahí está todo… “de tus mayores cicatrices nacen tus mayores virtudes” me dijeron una vez. Por eso ahora cuido de hacerlas visibles, por si alguien quiere verla, tocarla y conocerme a través de ellas.

Durante mucho tiempo pensé que no lo hacía bien, que era poco profesional si me dejaba llevar por las emociones. Sesiones como ésta me fueron enseñando que negarlas en mi e intentar poner barreras a las sensaciones que me removían solo me impedía ser yo mismo y que estaba limitando aquello que mucho o poco podría hacer por los demás. Acompañarlos necesariamente suponía aceptarlas y aceptar esa parte de mi.
A veces me han preguntado si para un psicólogo compensa este tipo de procesos donde la muerte ronda y está presente en cada minuto, donde la vida que queda se abre paso entre desesperanza y la necesidad de irte sereno y tranquilo.
Siempre he respondido lo mismo.
Absolutamente sí.
Una y un millón de veces sí.
Jorge Juan García Insua