Al abrir la puerta de la consulta lo primero que me ha llamado la atención han sido las gafas oscuras y a continuación el golpeo de la punta de su bastón blanco en mis tobillos.
Y a mi aparente seguridad le han temblado las piernas. Por unos instantes mi mente ha reproducido aquella única llamada telefónica en la que me pedía cita buscando algún detalle que quizás había pasado por alto.
He dado un paso atrás abriendo la puerta y acompañándolo a pasar con mi brazo… como si pudiera verme.
Inconscientemente le he ofrecido la percha para su abrigo y su bolso, acabando con un torpe “a tu derecha” y sintiéndome ridículo y avergonzado conmigo mismo por mi tono dubitativo y de sorpresa.
He respirado y le he pedido que entrara en la consulta detallando cómo estaban dispuestas las butacas y cuál era la suya.
Con una pasmosa facilidad ha tomado asiendo y se ha acomodado, me ha sonreído y se ha jactado “para ser la primera vez mi sentido arácnido no me ha fallado”. En la consulta se podía respirar su nerviosismo y el mio. Y seguía con miedo.
Como hago siempre en la primera sesión le he pedido tres minutos para presentarme, explicar cómo trabajo y finalmente ofrecer la posibilidad de resolver cualquier duda sobre mi forma de trabajar o curiosidad personal.
Cuando estaba acabando se ha quitado las gafas he visto sus ojos y he constatado la ceguera que había intuido al abrir la puerta minutos atrás.
Le he pedido que me hablara como había hecho yo de él y de esa forma ir entrando en sesión y en aquello que le había traído hasta mi.
En ese momento he cerrado los ojos, me he concentrado en su voz y la sesión ha fluido. No los he vuelto a abrir hasta…
– Bien, creo que este es un momento para acabar aquí esta primera sesión. ¿Te parece?
– Sí, me parece perfecto… bufff ha sido intenso, algo tiene esta butaca que te hace “hablar”, venía pensando en cómo te lo iba a explicar o si sabría hacerlo bien
– Las compré en Hogwarts junto con la varita… – provocándole una sonrisa. ¿Qué te llevas de esta primera sesión?
– La confianza que me has generado.
Me ha sorprendido su respuesta. Ha continuado…
-¿Sabes por qué? Como te he dicho eres el segundo psicólogo al que voy. Alguien me leyó algo que habías escrito o publicado en alguna red social y pensé que contigo sería distinto. Distinto porque el primero desde que me vio dio por hecho que necesitaba terapia por mi ceguera y tú has sido todo lo contrario.
Tu sorpresa al recibirme, el esforzarte en tratarme y acompañarme como supongo haces con todos los que venimos aquí. El cerrar los ojos. Algo tan sencillo como eso me ha relajado. Me he sentido como el niño cuyo padre se arrodilla para hablarle mirándole a los ojos, a su altura, de tú a tú. Me ha relajado porque lo que me estabas diciendo con eso era como me habías dicho al presentarte, que estabas para escuchar, para acompañarme y para descubrir conmigo. Sin juicios ni prejuicios. Sin dar por hecho y que nadie sabe más de mi ni de lo que necesito y quiero que yo mismo.
– Me he comprometido contigo a ser honesto y para ser justo debo reconocerte que he tenido miedo al recibirte. Ni he pensado que te darías cuenta que estaba con los ojos cerrados…
– Me ha parecido sentirlo durante unos instantes pero tu voz y la forma en que me dabas “el mando” de la sesión me ha dado toda la seguridad que necesitaba para hablar y expresarme, incluso en cosas que no sabía si iba a ser capaz de hacer y por eso venía nervioso. Sí, si me he dado cuenta.
– He cerrado los ojos porque he sentido que era la forma de conectar contigo y con lo que traías. Desde ahí me he sentido liberado para escucharte y estar. La verdad que ahora que lo planteas en ningún momento he pensado que venías por nada relacionado por tu discapacidad. Supongo que en ese instante el miedo no me ha dejado llegar a ese pensamiento…
– … o tal vez porque no estabas dispuesto a permitir que ese desconocimiento de mis “particularidades” condicionara tu trabajo y hacer lo que sabes hacer.
– … tal vez. No lo sé y decirte lo contrario sería mentirte. Sí sé que siempre que recibes a una persona por primera vez y más como en tu caso casi sin saber nada lo haces con cierto nerviosismo por le deseo de dar lo mejor y que la sesión será útil para la persona, si te marcharás pensando que este tiempo ha valido la pena. Al sentir tu bastón ese nerviosismo se ha multiplicado, la vista me ha condicionado y al reconocer esa barrera, mi barrera, he decidido que si no me aportaba ni te aportaba no la necesitábamos.
– Has puesto a la persona por delante de la discapacidad. Ha valido la pena Jorge. Ha valido mucho la pena.
Cuando se ha marchado me he sentado en su silla y ha entrado uno de mis hijos:
– Papá era ciego que no ve?
– Sí cariño. Es un paciente ciego
– Y qué has hecho para ayudarle?
– Sólo he tenido que cerrar los ojos. Sólo eso.
He cerrado los ojos y he sentido como él se sentaba delante mío y los cerraba también. He entendido entonces todo lo que me había dicho mi paciente minutos antes. También he recordado algo que me enseñaron hace ya algunos años mientras hacía unas prácticas acabando la carrera: el psicólogo no es “un libro de respuestas”, nunca las tendrás todas y obligarte a tenerlas sólo te impedirá hacer aquello que mejor sabes hacer: escuchar y acompañarles a ver a través de sus ojos más allá de lo que sus problemas y dificultades les permiten ver. No dejes que tus barreras sean tan grandes que no te permitan ayudar a tu paciente a superar las suyas.

“Cuando el estudiante está preparado, el maestro aparece” (Proverbio budista)
Jorge Juan García Insua