
Ha entrado con prisa y evitando mirarme a los ojos. Notaba como me evitaba y no he querido forzar la situación. Aunque nos separaba la distancia entre los sillones podía notar su ansiedad. Temblaba.
Le he propuesto presentarme yo y dejar así que ambos fuéramos entrando en sesión y a pesar de no haber recibido respuesta he comenzado a explicarle quién soy y qué puede aportarle este espacio.
Tras esos breves minutos me he quedado mirándola. Seguía sentada, emocionada, con los ojos llorosos ha cogido aire y entrecortada ha empezado a hablar.
«Yo soy esa Jorge. Esa que es rompe matrimonios, esa a la que criticarían y destrozarían con insultos y comentarios si supieran que estoy casada pero que hace mucho que no siento nada por él y sí estoy enamorada de otro. Otro que también está casado. Otro con el que probablemente no me pueda permitir estar, nunca, nunca… salvo unas pocas horas cuando se alinean los planetas. Nunca es suficiente.“
Las lágrimas han impedido que siguiera y el silencio le ha permitido recuperarse y coger aire de nuevo. Y ha seguido…
“No sé para qué vengo, para soltar supongo, no sé qué pero necesito hablar y que me escuchen. Hay días que lo veo, que puedo estar con él y me mata el saber que no puedo pasar una noche con él, que tal vez nunca pueda hacerlo. Ni puedo yo ni puede él. No podemos permitirnos separarnos o divorciarnos… yo no podría, no podría pagarlo y él, bueno él tampoco. Así que me resigné a saber que está ahí, que lo siento mío pero que solo puedo tenerlo a ratos, a escondidas… No sabes las veces que deseo poder pasear con él, que me vieran, hacer algo tan sencillo como ir de la mano sin llevar escrito en la frente que soy la otra, la puta… si supieran cómo te mata amar a escondidas, qué fácil es el adjetivo, el decir sin saber, sin sentir. Me culpo, siempre, a todas horas. No por ser la otra, no. Me culpo por no tener el valor, por ser tan cocarte, por perderme la vida así y por auto convencerme cada día que será así. Ni a él se lo digo. De gilipollas verdad?”
De nuevo silencio. Un minutos, dos, tres… de nuevo coge aire. Y ha seguido…
“Y sé que me esto no es vida. Lo sé, ni para mi ni para él… ni para su mujer ni mi maridos, nuestros hijos… pero no puedo permitirme otra cosa. Me condeno a la clandestinidad. Sabes, me da vergüenza decirlo pero alguna vez he deseado que se muriera mi marido… soy lo peor verdad? Así podría pedirle que dejara a su mujer… y soy tan mala persona que he deseado que ella lo dejara, que nos abriera las puertas…”
Llora y de nuevo el silencio…
“Cómo de retorcida tiene que ser una persona para desear esto Jorge, cómo? Igual no es un psicólogo lo que necesito, deberían encerrarme, aislarme… porque te juro que hago esto y soporto esto por amor. Lo único que tengo claro es que lo quiero Jorge, lo quiero. Y quererlo así y que me quiera así… pensaba que podría, que él podría, que sería fácil… me equivoqué, hay noches que desearía poder escribirle, desearle las buenas noches, abrazarme a él… y el no poder, el miedo me llena de ideas que… joder, la de locuras que he estado a punto de hacer. Y sé que él también, lo sé…”
Y de nuevo un largo silencio.
Siempre he dicho que es rara la terapia donde no aparece el amor, pero pocas veces aparece en la sesión de una forma tan descarnada, intensa y dolorosa. Qué difícil no poder vivir lo que sientes, expresarlo, enseñarlo… y qué fácil como dice ella juzgar sin sentir ni saber. Cómo renunciar sin consumirnos por dentro?
Es de las pocas veces que me encuentro con una persona que me pide que la ayude a no cambiar, a soportar, a resistir, a seguir queriendo de la misma forma que la está consumiendo. Sólo eso.Eso me ha pedido. No he sabido responder. No recuerdo haber tenido antes la sensación que he tenido hoy en sesión. He asentido en silencio y la sesión ha seguido su curso.
No es la primera vez que alguien quiere gestionar una infidelidad en un proceso, sí es la primera vez que me piden acompañar a no olvidarla ni cambiarla jamás.
Cuando se ha marchado y repasaba notas he apuntado una frase que leí no se donde ni a quien corresponde… “para creerse infiel es necesario creerse amado”.

Jorge J. García Insua