Hay momentos en que la vida parece empujarnos a empezar de nuevo, como si sin preguntar nos colocara frente a un terreno incierto donde lo que más pesa no es solo la pérdida de lo que dejamos atrás, sino la sensación de que el tiempo invertido ya no regresa.
Volver a comenzar puede vivirse como una condena y qué difícil es aprender a reconciliarnos con la idea de que la vida no avanza en línea recta. Hay comienzos que parecen repetirse, finales que nunca sentimos del todo cerrados, y experiencias que nos pesan como tiempo perdido.
Hay dolores que no se miden en cicatrices visibles, sino en los años que sentimos haber perdido… Y en un momento de la sesión ella dice…
– Me fastidia volver a empezar. No sabes la de veces que he tenido que volver a empezar y ya no tengo ganas, no tengo fuerzas.
– Percibo en tu tono y en cómo te cambia el rostro que muy desgastante sentir que cada vez hay que recomenzar desde cero.
– Jorge es… como si nada de lo que hice antes sirviera, como si de golpe zasca! Game ver y vuelve a echar monedas. Pero cada vez tengo menos y cada vez me cuesta más volver a jugar!
– Déjame coger eso que acabas de decir y plantearlo desde otra perspectiva: ¿y si no se tratara de empezar desde cero, sino de continuar con lo que ya has aprendido de esos intentos?
– A veces creo que no he aprendido nada… y eso me frustra.
– Esa frustración es muy válida. Y al mismo tiempo, a veces los aprendizajes se esconden detrás del dolor o del cansancio. ¿Quieres que miremos juntos qué cosas, aunque sean pequeñas, sí quedaron de esas experiencias?
– Tal vez aprendí que me estaba quedando demasiado tiempo en situaciones que me hacían daño. Demasiadas veces me ha costado mucho salir. Ahora me doy cuenta la de veces que pensaba que si no era yo la que aguantaba todo se iba a la mierda
– Bien, eso ya es un cambio. Has aprendido a reconocer antes lo que no te hace bien.
– Sí… aunque sigo sintiendo que perdí años. Muchos, demasiados…
– Comprendo ese dolor. Perder tiempo es una sensación muy dura. A la vez, lo que descubriste en ese camino te permite cuidarte mejor hoy. No es que todo se haya perdido.
– Nunca lo había visto así, pero siento que no tengo fuerzas para volver a intentarlo. Tienes razón, ahora puedo cuidarme mejor pero el precio es muy caro, he pagado el precio durante los 20, los 30… ahora con más de 40…
Cambiaria ahora tantas cosas, cosas que fueron culpa mía, que salieron mal porque yo también… en fin, no lo hice bien, no lo supe hacer bien como tú dices… pero no puedo, si pudiera volver a aquel momento y hacerlo diferente, a todos esos momentos… en cambio aquí estoy. Y el precio es que he perdido un montón de años, muchos… no uno, ni dos, ni tres… la hostia! Son casi 20! He perdido casi 20 años de mi vida y tal vez no tenga tantos años por delante para recuperarlos o para que… para que sea diferente.
El tiempo, ese recurso silencioso que no admite trueques ni devoluciones, cuántas veces aparece en sesión y cuánto me acompaña en mucho de lo que escribo. Tiempo es quizás lo más cruel que dejamos escapar sin darnos cuenta.
En las relaciones sentimentales, el tiempo es doblemente valioso: siendo finito lo invertimos en alguien y, al mismo tiempo, es lo que inevitablemente perdemos si aquello que sembramos no “se hace eterno”. Nos convencemos de que cada gesto, cada palabra compartida, nos acerca a una eternidad con el otro, cuando en realidad estamos apostando minutos irreversibles a un futuro que puede derrumbarse sin previo aviso.
La pérdida no es solo del amor, sino de los trocitos de vida que entregamos. Esos días, esas horas, esas noches en las que creímos que el otro era un refugio. Y cuando todo termina, lo que más duele no es únicamente la ausencia del ser amado, sino la conciencia brutal de que no hay manera de desandar el tiempo que ya entregamos. Es como si de pronto miráramos atrás y viéramos un vacío enorme allí donde habíamos depositado lo más valioso que teníamos.
Durante la sesión la paciente se preguntó en un momento si era realmente pérdida. Lo real es que cada relación que se quiebra o se pierde nos arranca una capa de piel, nos deja más desnudos y más vulnerables.
Amar siempre es perder tiempo en el sentido utilitario, pero es ganar en lo único que le da densidad a la experiencia de haber sentido, de habernos dejado transformar por otro. Qué extraño y sin sentido, lo que más duele es lo que más nos hace humanos.
Lo más desgarrador de la pérdida de tiempo en una relación no es la ruptura en sí, sino la sensación de haber vivido en una “ilusión”, como si hubiéramos alimentado con lo mejor de nosotros a un fantasma que nunca existió del todo pero con el que hubiéramos vivido toda la vida.
En otro momento de la sesión ella profundizaba “el tiempo se me escapó y no puedo recuperarlo. Todo lo que di, todo lo que confié, se fue. Y no hay consuelo, no hay explicación que lo arregle. Solo queda la sensación de vacío, de hueco dentro de mí donde antes estaba algo que creí mío. Me duele el tiempo que entregué y que nunca volverá. Todo lo que fui para él ahora no sé significa para él. Solo siento este vacío no se llena y tengo la tristeza pegada al pecho.”
Cómo aceptar que el tiempo no se repite, no se devuelve, no se compensa. Los abrazos fueron dados, las palabras dichas, las miradas confiadas. Y cuando ese vínculo se rompe queda silencio y un duelo extraño, porque no lloramos solo al otro sino que lloramos la versión de nosotros que existía únicamente a través de esa relación. Hay un nosotros para cada persona y solo seremos o fuimos así con esa persona. Esa parte nuestra se muere junto con lo que compartimos.
El mundo no se detiene, los relojes no hacen duelo por nosotros. El tiempo avanza con su indiferencia brutal, obligándonos a caminar en una marcha forzada, sintiendo que hemos perdido la oportunidad de haber usado ese tiempo para ser, para crecer, para vivir sin el espejismo del amor fallido.
Qué nos queda? Pensar que tal vez un día entregaremos más tiempo, más piel, más minutos que jamás retornarán. Porque como leí en algún sitio, el amor tiene dos caras trágicas: la necesidad inevitable de buscarlo y el doloroso riesgo de perderlo.
Para colmo la vida no concede coherencia a nuestros duelos: nos obliga a seguir desempeñando papeles cotidianos -trabajo, comida, hijos, rituales, hábitos- mientras por dentro se desploma algo. No hay una explicación fácil.
El vacío no solo habita el lugar del otro: también en las horas que ya no serán compartidas. Esos minutos quedan como monedas manchadas que nadie acepta; son testimonios mudos de un “tiempo malgastado”.
Creo que si ese tiempo duele es la prueba que nos entregamos sin reservas. Si ese “tiempo perdido” nos duele, es porque fue auténtico y apostamos con todo lo que éramos. Si es así no puede ser un tiempo perdido, si es así es un tesoro que necesita precisamente tiempo para ver su valor. El tiempo no vuelve, y no hay garantía de que lo que venga sea perfecto. Hasta donde sé, ninguna.
La vida no compensa, no corrige ni borra, pero sí nos enseña que no empieza una sola vez ni termina en un punto exacto. Se reinventa y empieza muchas veces, y quizá esta es otra de esas veces para ella. Un comienzo que no borra lo anterior, sino que lo integra y nos permite seguir caminando.

Jorge Juan García Insua