
“Nada te afecta cuando estás loco”.
La frase la lanza el paciente en mitad de la sesión con una mezcla de ironía y resignación. Resuena en él y en mí. No es una afirmación cualquiera sino una firme defensa, una forma de decir que, cuando la realidad interna se vuelve insoportable, la mente busca refugios extremos. La “locura” aquí no es un diagnóstico, sino una coraza, un lugar imaginario donde las emociones dejan de doler porque parecen diluirse o creemos no sentirlas tanto.
Este paciente “ha aprendido” a parecer “loco” y ha construido esta máscara no para que nada le afecte sino porque la falsa locura se ha vuelto una inmejorable solución. Es una declaración sobre la anestesia emocional, sobre el intento desesperado de no quebrarse frente a experiencias que su mente aún no puede procesar.
En el fondo, la frase revela una tensión dolorosa: quien dice que nada le afecta, suele estar profundamente afectado. Tal vez no encuentre aún las palabras para nombrarlo, o el permiso interno para mostrarlo. La supuesta “locura” se convierte entonces en un escondite simbólico donde nadie esperará coherencia, ni responsabilidad, ni vulnerabilidad. Un alivio temporal frente a la exigencia de enfrentar lo que realmente nos pesa y emocionalmente nos pasa factura.
Esa frase es una invitación en sesión a no negar esa coraza sino intentar comprender qué la sostiene. Explorar qué duele tanto como para preferir el desarraigo de sí mismo antes que el contacto con la realidad afectiva. Porque más que una renuncia a sentir, la frase grita el deseo de poder volver a hacerlo sin que duela tanto.
Así, “nada te afecta cuando estás loco” se transforma en una invitación a mirar el sufrimiento que esa idea intenta tapar. Detrás de ella puede estar el comienzo de un diálogo más honesto con uno mismo; no desde la negación del dolor, sino desde la posibilidad de re significarlo, acompañarlo y, con tiempo, integrarlo.
Quién no ha pensado eso alguna vez? A quien no le han dicho si estás loco o pareces loco por querer o imaginar algo que se sale de la lógica, la costumbre o la tradición?
Este paciente tiene poco de loco en términos médicos pero si lleva una mochila de sufrimiento y frustracion que le pesa y le dobla la espalda.
Dice que no sabe si quiere vaciarla, sí abrirla, Sí revisar qué pesa tanto y si quiere seguir llevando esa carga, pero no vaciarla.
Dice que vaciarla sería algo así como “curar” su locura y que a pesar de a veces le hace daño llevarla a través de esa máscara y de esa locura se ha encontrado y mostrado ante el mundo, uno del que tiene dudas si alguna vez llegará a entenderlo y aceptarlo. Porque a veces, la locura no es el enemigo, sino el lenguaje más sofisticado que alguien encontró para seguir vivo.
He empezado viendo su máscara pero según entrábamos en sesión veia a quien va debajo. Ahora al recordarlo es difícil no sentir cierta rabia, no contra él sino contra la historia que lo empujó a esconderse y sobrevivir.
Cuando dice que no sabe si quiere vaciar su mochila, lo entiendo más de lo que debería reconocer. Hay personas que no cargan peso, se lo incrustan y parece que lo lleven los huesos.
Él cree que si deja caer esa máscara, va a “desaparecer”. que sin su “locura” no sabremos dónde ubicarlo, ni cómo mirarlo, ni qué pedirle. Y lo peor es que tal vez tenga razón.
Porque todos hemos conocido personas o las hemos sido en algún momento, dispuestas a tolerar excentricidades o situaciones inverosímiles con dolor verdadero. Situaciones donde fingir el delirio de no querer ver o saber da más permiso para existir que confesar tristeza.
Me incomoda admitirlo, pero siento que la locura que él inventó es menos delirante que la normalidad que lo hirió.
Siento que no tengo derecho a quitarle una armadura que no sé cuántas veces le salvó la vida, sí a acompañarle en lo que me pide y necesita de mi, porque sé que para él, la “realidad” sigue siendo más peligrosa que la ficción que lo protege.
Mi romanticismo me lleva a pensar que tal vez no está tan lejos el día en que deje de fingir locura y empiece a nombrar su herida. Y ese día, más pronto o más tarde, el mundo verá lo especial que es y aún así puede ser que no sepa qué hacer con él.
Jorge Juan García Insua