Voy a escribir sobre una sesión. Una sesión que no fue distinta en cuanto a lo que la paciente trajo a sesión, pero sí única. Porque detrás de cada “no fui suficiente” hay una historia que no busca respuestas simples, sino comprensión.
Lo que sigue no es solo el relato de una pérdida, sino el encuentro con algo “más profundo”: que el amor no siempre basta, y que sanar comienza cuando dejamos de medir nuestro valor por la capacidad ajena de quedarse.
Este trocito de la historia empieza cuando en un punto de la sesión ella llegó a una terrible conclusión… “la gente prefiere perderte antes que cambiar, prefirió perderme. Sabes el daño que eso hace?”

Lo dijo despacio. No había rabia, sí tristeza..
– Esa es la verdad. La gente prefiere perderte antes que cambiar. Y prefirieron perderme. ¿Sabes el daño que eso hace?
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta. Pasaron un par de minutos hasta que cogió aire y continuó. Cuando hablaba lo hacía con desilusión y desde la sensación de haber sido invisible, de haber dado más de lo que alguien estaba dispuesto a recibir. Explicaba que lo que dolía no era la pérdida en sí, sino lo que significaba: “no valí lo suficiente como para que intentaran cambiar”.
– Entiendo que duele porque amar a esa persona para ti supone esperar que el otro quiera crecer contigo. Pero no todos pueden hacerlo. No siempre por falta de amor, a veces por miedo, por límites, por no saber cómo. No necesariamente eso implica que no te quisiera.
Ella me escuchaba y asentía, me entendía pero su corazón seguía aferrada a la pregunta que insistía en hacer: ¿Por qué no fui suficiente?
– No se trata de que no fueras suficiente -continué. Se trata de que cada quien cambia solo cuando puede, no cuando el otro lo necesita. El cambio no es una prueba de amor; es una decisión personal.
Y si probamos a cambiar la pregunta. Te propongo sustituirla y en lugar de por qué no fui suficiente? Hacer otra, una que no esté centrada en ti sino en él.
– Cuál podría ser esa pregunta?
Esperé un instante antes de responder.
– Quizás… la pregunta no sea por qué no fui suficiente, sino qué le impidió quedarse aunque me quisiera. Para qué debía marchar.
Ella levantó los ojos, desconcertada.
– ¿Qué le impidió quedarse…? -repitió,
– Sí -continué- No siempre alguien se va por falta de amor. A veces es porque no saben amar de una forma que no duela. Porque no aprendieron a sostener el vínculo cuando las cosas se vuelven difíciles. Porque no tienen el valor, o la madurez, o la conciencia para mirar de frente lo que necesitan cambiar. A veces hay muchas respuestas a esa pregunta.
Ella asintió, sus ojos seguían entre lágrimas.
– Entonces… él no quiso cambiar.
– Quizás no quiso o quizás no pudo, y eso no hace que duela menos, seguro que no, pero cambia el peso de la culpa. No es que tú no fueras suficiente, es que él no estaba preparado para el tipo de amor que ofrecías.
Guardó silencio unos minutos.
– Y mientras tanto, yo me castigo -susurró.
– Sí -dije con suavidad-. Es más fácil culparte que aceptar que no tenías el control. Culparte te da una ilusión de “poder”: “si hubiera hecho esto o aquello, habría salido bien”. Pero la verdad es que, a veces, no hay nada que hubieras podido hacer distinto. No se trataba de tu valor, sino de su capacidad. No de lo que tú dabas, sino de lo que él podía sostener.
Ella se quedó mirando un punto fijo, con los ojos vidriosos.
– Entonces… ¿la pregunta correcta sería esa? ¿Qué le impidió quedarse?
Negué suavemente con la cabeza.
– Correctas son todas las que necesites hacerte. Si alguna te remueve es que es significativa para ti en este momento. Esa puede ser un comienzo -respondí-. Déjame plantar otra: qué necesito ahora para dejar de seguir esperándolo?.
La miré unos segundos. Reflexionaba en silencio hasta que preguntó.
-¿Y si no pudo… porque yo pedía demasiado?
– Pedir reciprocidad, presencia, respeto, no es pedir demasiado. Es pedir lo “justo”. Pero hay personas que no saben cómo ofrecerlo, aunque quieran. No porque tú lo hayas exigido mal, sino porque no tienen las herramientas.
– Entonces… ¿no era cuestión de ser suficiente?
– No. Era cuestión de que él no supo quedarse, aunque tú hubieras hecho todo bien.
Sus ojos se humedecieron. Má silencio.
– Pero cómo se sana eso… saber que no dependía de mí, y que aun así duele como si sí.
– Se sana aceptando que no todo lo que se rompe es culpa nuestra. Que a veces amar bien no basta para que el otro se quede. Y que perder a alguien no significa perder tu valor.
Sí, la gente a veces prefiere perderte antes que cambiar. Pero uno mismo puede elegir dejar de hacerse daño por eso y empezar a cambiar para sí mismo, para no volver a quedarse donde no hay reciprocidad.
Ella bajó la vista, se miraba las manos. Verla así me hacía sentir que estaba buscando las respuestas que el otro nunca le dio.
– A veces pienso que si me hubiera quedado un poco más… si hubiera esperado otro poco, tal vez… -empezó a decir, pero su voz se quebró.
La miré con calma, respeté su espacio y su tempo.
– Y qué esperabas que pasara si te quedabas un poco más? -pregunté.
Ella guardó silencio.
No lo sabía. Tal vez esperaba que el otro abriera los ojos, que de pronto entendiera, que se diera cuenta del daño y decidiera cuidarla. Pero también sabía que eso no ocurriría. Ya lo había esperado demasiadas veces.
-Esperaba que cambiara… No sé, que se diera cuenta de que me estaba perdiendo.
– Y mientras esperabas que cambiara, ¿qué era de ti?
Había estado tan concentrada en sostener el vínculo, en demostrar que merecía quedarse, que olvidó su propio bienestar.
– Tienes razón Jorge, pero duele pensar que el amor no basta.
– No basta, por desgracia no basta o al menos para que baste hay que aclarar entre ambas partes de la pareja lo “que basta”. El amor sin conciencia puede volverse abandono. El amor sin respeto se convierte en desgaste. Y el amor sin cambio, aunque exista, no crece.
Guardé silencio unos minutos. Y continué.
– No cambia porque no puedan amarte, cambian solo cuando están listos para mirarse de verdad y quieren cambiar. Y eso no depende de ti. Tú hiciste tu parte. Lo que sigue ahora es preguntarte: ¿qué necesitas tú para no volver a quedarte esperando?
Ella cerró los ojos. De nuevo un largo silencio, uno que parecía incomodarla. Mientras observaba sentí que algo dentro de mí también se movía. No por empatía sino por una especie de “vibración” o conexión que surge cuando uno presencia el dolor desnudo de otro ser humano. Hay algo profundamente humano en ver cómo alguien se enfrenta al vacío que deja lo que no pudo ser.
Me quedé en silencio, no porque no supiera qué decir, sino porque comprendí que las palabras sobraban. Que hay momentos en los que el alma necesita espacio, no respuestas.
Pensé en cuántas veces he escuchado esa misma pregunta, en cuántas sesiones, en distintas voces, distintos rostros, distintos cuerpos que se rompen ante esa pregunta: “Por qué no fui suficiente?”Y llego a un pensamiento: no hay nada más devastador que creer que el amor se gana siendo “mejor”.
Al final de la sesión me quedé pensando en cuántas veces nos rompemos tratando de entender lo que no tiene una lógica emocional justa. En cómo intentamos encontrar sentido en decisiones que no nos pertenecen.
A veces, lo más difícil no es aceptar que el otro se fue, sino asumir que no había nada que pudiéramos hacer para que se quedara. Que el amor, por sí solo, no siempre alcanza para sostener dos caminos que van en direcciones distintas.
Ella se fue más serena, no menos triste. Y yo mientras escribo sobre lo compartido en esta hora tengo la sensación de que eso también forma parte del proceso: no cerrar del todo, no olvidar y sí recordar sin culparse y aprender a reconocer cuando empezamos a dar sin perderse uno mismo.
El duelo por alguien que no se quedó no es solo la pérdida del otro, sino también la reconciliación con la propia dignidad.
Entender que no todo lo que no funcionó fue un fracaso, sino una parte del camino hacia una forma más consciente de amar: una que no se sostenga desde el miedo a no ser suficiente, sino desde la certeza de que siempre lo fuimos, aunque el otro no supiera verlo.
Jorge Juan García Insua
“Ser testigo del dolor de otro sin apresurarse a aliviarlo es una forma de respeto profundo” Tomas Hübl