Estaba medio dormido cuando los golpes de la camilla al ser encajada me despertaron. Giré la cabeza y dos enfermeras intubaban y ponían vías a mi nuevo compañero. Antes de marcharse dejaron entrar a su hijo para explicarle donde podía dejar sus cosas y la normativa de visitas del Hospital.
Cuando desperté me quedé mirándolo. Era muy mayor y la imagen de aquella persona en la camilla, lleno de vías y tubos, respiración cansada, sin dentadura y el color amarillento de su piel era de todo menos alentadora.
De madrugada me sobresaltó los ruidos de la cama de al lado. Corrí la cortina con la mano y mi “vecino” estaba sentado, arrancándose las vías y tubos mientras gritando que no quería estar allí y que se marchaba. La imagen era grotesca. Enérgico y malhumorado hasta niveles indescriptibles se levantó mientras la sangre recorría sus brazos y una de sus piernas. Ya de pie, se le cayó la bata y decidido se dirigió hacia la puerta de la habitación desnudo.
En aquel momento solo se me ocurrió pulsar una y otra vez el botón de alarma para avisar a las enfermeras mientras en una escena digna de los Hermanos Marx me presentaba a mi fugitivo compañero y le pedía que esperara a que vinieran. Pero aquello parecía sobresaltarse mucho más y repetía que no esperaba a nadie y que se marchaba a casa…. Y aquel que se suponía estaba en el último aliento, que no hablaba y no se podía moverse salió desnudó caminando tambaleante por el pasillo…
Cuando su hijo llegó al día siguiente le expliqué lo sucedido y después habló con las enfermeras… y mi compañero de habitación empezó a hablar para dejar claro a todos que se iba, que no seguiría un solo día más allí y que no tenía intención de morirse, o al menos no en el hospital. No se fue tan rápido como deseaba pero pocos días después me volví a quedar dueño y señor de la habitación.
Llegó desahuciado y se fue a los pocos días a casa, tal como había dicho, ante la sorpresa de médicos y enfermeras que no podían creer lo que había pasado esa noche. Ninguna de las opciones médicas pasaba por lo que había sucedido, y a él tampoco parecía importarle.
Cuando meses después empezar mi recuperación ya fuera del hospital y tenía que vendarme piernas y sufrir fuertes dolores tras pequeños pasos recordaba lo sucedido aquella noche en el hospital. Su determinación y ejemplo me llevo a ir más allá del intento y pensar que si él había hecho aquello yo no iba a quedarme atrás. Se lo debía a muchas personas y se lo debía a él.
Nunca supe realmente por qué había ingresado, nunca encontraron que sepa un cuadro claro… tal vez sucedió que yo lo necesitaba, que tenía una lección que enseñarme y para que a aquel joven no se le olvidara la dio de la forma más magistral y con toda la parafernalia posible que permitía una habitación de hospital. Aquella noche te convertiste en una versión moderna del Sr Scrooge de Charles Dickens que se transformó en el Espíritu del Presente para señalarme el camino.
Imposible saber hasta dónde hubiera llegado yo si Antonio, que así se llamaba, no ingresa aquella noche…. pero no hubo día de recuperación que no me acordara de él.
Te debo una disculpa Antonio… nunca de supe agradecer lo que hiciste por mí y que aquel día estirarás de nuestro lazo. Estés donde estés que sepas que seguí tú ejemplo y que en mi caso y por fortuna los médicos tampoco acertaron… A mí también me dijeron que no podría y por eso lo hice.
Te llevo conmigo…
Jorge Juan García Insua
