
Al acabar nuestra última sesión me ha dicho que me quería dar un regalo.
Sostenía el paquete entre las manos y me decía que desde el día que le di un lazo y tuvo que hacer uso de él por primera vez pensó que llegado el momento quería darme algo que para ella tuviera un sentido especial.
Al abrirlo he visto que era un reloj de arena.
– Es usado- me ha dicho. Por mi. Cuando empezaste a enseñarme técnicas para controlar mis episodios de ansiedad utilizaste una imagen de un reloj de arena para ayudarme a centrarme y vaciar mi mente de pensamientos. Al día siguiente vi uno es una tienda y lo compré. Hacer los ejercicios con el reloj delante me llevaba a la sesión y me ayudó a relajarme. Este es ese reloj.
– Gracias, muchas gracias… No sé qué decir. Es un detalle precioso. Cuantas veces la metáfora de este reloj la hemos utilizado en sesiones… Me gustaría dejarlo aquí en el despacho, sabes que todo lo que hay aquí tiene un sentido y un significado, todo lo ves aquí representa algo de mi propio camino. Pero el reloj de arena lo trajo tu mente a la sesión, yo sólo lo recogí y lo puse delante. Un reloj de arena representa muchas de las cosas que a menudo surgen en sesión… el paso del tiempo, los trenes que pasan, los que no sabemos si volverán, el miedo a no aprovechar cada instante, el tiempo que pensamos haber perdido …
– Qué bonito Jorge! Me encantaría que le dieras ese espacio, significa mucho para mi y así “aunque no me quieras ver más” te acordarás un poco de mi y de tantas horas juntos.
Todos los regalos implican dar cómo recibir pero regalar tiempo es distinto y especial.
El tiempo fue un elemento importante en su aprendizaje de la ansiedad y el ir aceptando la forma en que quería gestionar y vivir.
Llegó huyendo de ella, convencida que podía ser más rápida que aquellos ataques y episodios que la hacían temblar y vomitar. En la primera sesión intentaba engañarse, quitarle importancia e incluso me dijo que el “miedo me ha dado alas, ha hecho que me hayan salido alas en los pies”
Y le reflexioné… “si el miedo te ha dado alas qué te impide volar y dejar atrás la ansiedad?”
Empezó un camino contra el miedo y cómo este era el camino que la había llevado a la ansiedad y a convertir a ésta en una compañera vital, impertinente y pesada.
Aprendió a mantenerla a raya evitándola y cuando esto fallaba recurría a ansiolíticos. Al principio sirvió y conseguía momentos de engañosa comodidad pero aún no sabía que la ansiedad vuelve, siempre vuelve y cuando lo hace es cada vez más intensa. Y cada vez necesitaba alas más y más grandes para huir y el peso que la impedía hacerlo era cada vez mayor.
Curiosa trampa la que nuestra mente construye. Huía para no tener ansiedad y necesitaba la ansiedad para seguir huyendo… pero huyendo de qué? De tener que responder a esta pregunta.
Trabajamos durante meses como si esa necesidad e huir fuera una droga y ella una dependiente de ella. Se propuso cortar el lazo que la ataba y empezó a aceptar que si quería dejar atrás la ansiedad debía enfrentarse, exponerse a ella. Plantarle cara.
Fue para ella la parte más dura, en algún momento pensó que daba pasos atrás, que no sabría, que no llegaría el día… Pero ese era el camino, a veces para mejorar debemos sentir la crisis de sentirnos peor y seguir caminando.
En una sesión ella estaba agotada de enfrentarse, me dijo “he tocado fondo”. Y yo mismo me sentí incapaz, confiaba ciegamente en que estaba en el camino correcto y en el esfuerzo que había hecho, pero cuando reposaba las sesiones me sentía mal y buscaba y leía artículos buscando fórmulas que pudieran serle de ayuda. Aquella sesión que ella tocó fondo también lo toqué yo y nunca se lo dije. Ese día fue el último que tuvo un ataque de ansiedad.
El cansancio y el sobre esfuerzo por dejarla atrás la llevo a aceptarla totalmente y con ella todas las emociones que la conectaban con experiencias negativas y dolorosas de su vida. Y ese día empezó a tomar el control.
Y la ansiedad se diluyó, se pinchó el globo y resultó que no había nada dentro que la pudiera hacer daño, nada de lo que aprender salvo sentir miedo. Y de eso ya había tenido bastante.
Así empezó a volar, perdió el miedo a ir cogiendo altura y empezó a confiar en sus alas y en su capacidad para decidir qué camino tomar.
Y todo esto empezó por un reloj de arena… este reloj de arena.

Y todo acaba con el mismo reloj. Testigo del paso del tiempo y del equilibrio, el cambio de ciclo, que nada es eterno, que para cambiar cosas el primer paso es girar el reloj, que cuando el tiempo se acaba lo giras y vuelve a comenzar, que todo fluye, que pase el tiempo que pase todos los granos de arena acaban pasando al otro lado, que todo pasa, que pasa la vida, que cada vez que lo giramos somos distintos, que los granitos nunca pasan en el mismo orden, que para llenarnos debemos vaciarnos, que todo tiene un principio y que el final solo llega cuando se rompe, se queda sin arena o no quieres volverlo a girar.
Cada granito que va bajando representan culpas, decisiones, pensamientos, distanciamientos, rencores, momentos de rabia y confusión, esperanzas que no se cumplieron y no supimos hacer realidad… mezclados con otros que nos recuerdan alegrias, personas, besos, abrazos, aciertos, sonrisas.
Y esa mezcla lo es todo, la melancolía por lo que fue con la ansiedad de lo que no sabes si llegará y en la parte más fina del reloj, donde los granitos pasan casi de uno en uno el momento presente y el tomar conciencia que la vida como la arena se desliza rápidamente entre los dedos.
El mismo reloj. Un reloj para despedirse, para poner fin con sabor a punto y seguido.
Un reloj para recordar que lo mejor está siempre por llegar y para fortalecer un nuevo lazo rojo.
Jorge Juan García Insua