Siempre pensamos que tendremos más tiempo.

Esa frase surgió en medio de un silencio en sesión, casi como un suspiro. No era una queja ni una excusa; era una constatación. Mi paciente la pronunció mirando al suelo, con la voz entrecortada. “Siempre pensamos que tendremos más tiempo”, repitió pasados unos segundos.
Esa frase tenía el peso de todo lo que no se dijo, de los abrazos que se quedaron esperando, de los “te quiero” que nunca encontraron el momento. Porque siempre creemos que habrá otro día, otra oportunidad, otra llamada… y de pronto ya no.
Nos pasamos la vida aplazando lo esencial. Guardamos las emociones para “cuando sea el momento adecuado”, pero cuando lo hacemos ese momento casi nunca llega. Pensamos que la gente que amamos siempre va a estar ahí, que los lugares que nos hacen bien siempre nos esperarán, que nosotros mismos siempre tendremos fuerzas para volver a empezar. Y cuando por fin entendemos que el tiempo no espera, ya es demasiado tarde para muchos “después”.
Esta persona lloró al decirlo, no solo por lo perdido, sino por lo comprendido. En ese instante se vio de frente con el entender que la vida no se vive en los planes, sino en los gestos. Que amar no es prometer hacerlo mañana, sino hacerlo hoy, con la voz temblando si hace falta.
Tanto sentía que hizo que lo sintiera yo. Porque, aunque esté “al otro lado”, todos somos iguales ante esa verdad: nadie tiene garantizado el después.
Quizás esa frase fuera una advertencia al tiempo que una invitación. A mirar a quien amamos y decir lo que sentimos. A dejar de esperar el momento perfecto para ser felices.
A entender que la vida sucede ahora, mientras respiramos, mientras estamos en sesión, mientras aún podemos elegir, mientras todavía tenemos a alguien con quien compartir el silencio. Porque el tiempo, cuando se va, no duele por lo que se llevó, sino por lo que dejamos de vivir creyendo que habría más.
En terapia, a menudo descubrimos que el tiempo es uno de los grandes protagonistas ocultos. Vivimos posponiendo: el perdón, el abrazo, la conversación pendiente, el sueño que nos ilusiona. Nos convencemos de que habrá un mañana para reparar lo roto, para atrevernos, para decir “te quiero”. Pero el tiempo no es una promesa; es una posibilidad que se agota sin avisar.
“Siempre pensamos que tendremos más tiempo”, dijo, refiriéndose a su ex, con quien nunca llegó a reconciliarse. En su frase había culpa, tristeza y un reconocer que posponer también es una forma de miedo. Miedo a exponerse, a fracasar, a sentir demasiado.
Ese fue su punto de inflexión. No se puede volver atrás, no podemos luchar contra el paso del tiempo, solo reconciliarnos con él. Vivir con la urgencia suficiente para no postergar lo esencial y con la calma necesaria para saborear lo que sí tenemos hoy.
Al final esa frase encierra una verdad que todos compartimos: no tenemos más tiempo, tenemos este.
“Yo de verdad creía que tendría más tiempo. Qué jodido el tic tac tic tac. Más tiempo para perdonarlo. Más tiempo para decirle que, a pesar de todo, lo quería… más tiempo para que dejara de dolerme su ausencia.”
Respira hondo y sigue.
“Me duelen las tantas veces en que tuve el teléfono en la mano y no llamé. Tantas conversaciones que postergué para cuando esté mejor, tantos abrazos que no di por miedo a no saber qué decir o cómo reaccionaría…Y ahora daría lo que fuera por una sola tarde más, una sola oportunidad para hacer todo eso que creí que podía esperar.
Jorge, no quiero. No quiero volver a perder a alguien por miedo, ni quedarme con palabras en la garganta.”
Antes de terminar le he preguntado qué se llevaba de la sesión y me ha contestado algo que me ha resonado… “que el amor, la reconciliación y la vida misma no pueden esperar”.
Antes de salir por la puerta se ha girado.
-Jorge, puedo preguntarte algo?
– Sí, claro. Dime.
-Y tú? Te llevas algo de la sesión?
-Sí, el recodar que que cada sesión, cada palabra, cada persona y cada silencio son irrepetibles.

Jorge Juan García Insua