Hay textos que no se escriben, se sienten. Nacen en ese espacio silencioso donde dos personas se encuentran sin máscaras, donde la fragilidad se vuelve lenguaje y la esperanza, aunque temblorosa, sigue respirando. Este texto nace de ahí.
Esto que escribo nace del psicólogo que todavía cree que acompañar a alguien en su dolor no es solo escuchar. Es dejarse tocar por lo que ocurre, permitir que su lucha, su manera de sostenerse, despierte algo en ti que quizá creías dormido. Es recordar que todos, alguna vez, hemos necesitado un refugio mental, un lugar donde poder respirar sin que el mundo nos pida nada.
Está publicación nace de una frase que una paciente comparte conmigo durante una sesión: “Si el universo tiene ese plan para mí sucederá. Si ha de pasar debo ser paciente y pasará.”
He escuchado muchas veces esta frase en sesión. Muchísimas. Casi siempre que lo hago me transmite una mezcla de esperanza y rendición, algo así como un ya no sé qué más puedo hacer y lo dejo en manos de lo divino y los astros.
También hay algo profundamente bello en esa confianza que deposita en la vida, como quien se permite descansar mentalmente, desconectar un momento y dejar que el mundo también “haga su parte”, si es que tiene una parte de responsabilidad..
– Permíteme invitarte a mirar esa paciencia no como una espera pasiva, sino como un gesto de amor hacia ti misma. Porque el universo puede tener miles de rutas posibles, pero eres tú quien camina, quien siente, quien elige. A veces el destino se parece más a un diálogo que a un mandato: la vida avanza un paso hacia ti y tú avanzas otro hacia ella.
Yo también he pensado más de una vez que quizá lo que tenga que ser encontrará su camino, pero los años de terapia me enseñan que mientras tanto, mientras el universo se aclara y se alinea contigo, tú también te estás encontrando a ti.
Y en ese encuentro, entre el dichoso universo y uno mismo, es donde suceden las cosas que de verdad transforman.
Cuando escucho esa frase en sesión me siento responsable de ese pensamiento, como cuando cuidaba la ilusión de mis hijos por los Reyes Magos o por el Ratoncito Pérez. Responsable porque en el fondo siento que en esos momentos no necesitan un choque de realidad, no necesitan estrellarse contra la ilusión aún siendo anestésica, sino lo contrario, ayudarles a estar en ese espacio mental, imaginario y seguro donde recuperar fuerzas y decidir qué, cómo y cuándo dar los siguientes pasos, aunque duelan.
Eso de “si ha de pasar, pasará” siento que, más que una convicción, es un pequeño refugio que la mente construye y ofrece para no desbordarnos. Y me conmueve profundamente porque detrás de esa frase hay una persona que está intentando sostenerse como puede, que está reuniendo los fragmentos de calma que le quedan para no romperse del todo. Ese también he sido yo.
Y quizás por eso, cuando la escucho, no me apresuro a desarmarla. No corro a señalarle lo incierto del porvenir ni la importancia de actuar. Porque presiento que, en ese instante, lo que sostiene no es la frase en sí, sino un mensaje hacia sí misma de “no puedo con todo ahora, pero puedo quedarme aquí un momento”. Y en terapia, aprender a quedarse es a veces igual de valioso que aprender a moverse.
Con el tiempo he descubierto que ese espacio imaginario, ese en el que el universo “decide” y uno simplemente respira no es un engaño ni tampoco algo “falso”. Es un intermedio real y necesario. Un intervalo donde el alma coge aire, donde el cuerpo afloja un poco la tensión, donde por fin se permite sentir sin exigencias. Y desde ahí, desde ese descanso íntimo, los pasos que vienen después suelen ser más firmes, más propios, más verdaderos.
La paciencia no es una espera de brazos cruzados. Es un modo suave de prepararse para la vida. Un modo de decirse: “cuando esté lista, cuando mis manos dejen de temblar, volveré a intentarlo”. Y eso, para mí, es una forma inmensa de valentía.
Tal vez el universo tenga un plan, o tal vez no. Pero lo que sí sé es que en esa pausa, en ese silencio cargado de fe y cansancio, la persona empieza a reconstruirse. Empieza a entender que no se trata de abandonar sino de sostenerse, sin castigarse por no poder con todo, regalándose tiempo.
Y cada vez que acompañó a alguien en ese lugar, no siento que esté alimentando una ilusión. Siento que estoy protegiendo un pequeño brote de esperanza, uno que, cuando la persona se sienta fuerte, será la raíz de sus próximos pasos. Siento que conecto profundamente con ese esfuerzo, con ese espacio y también con el dolor que hay tras él.
Siento que vuelvo a noches en las que incluso acostarme me producía un dolor que hacía que me saltaran las lágrimas. Un dolor tan intenso y tan fuerte que cerrar los ojos e intentar relajarme parecía imposible e imposible soportarlo. Y en aquellos momentos necesitaba huir mentalmente, desconectar de mi cuerpo y elevarme, dejarme llevar por la imagen de un Jorge alado que podía elevarse y ver el mundo desde arriba. Un arriba donde no había dolor y desde donde podía ir donde me dictaba el corazón y ver la vida desde un lugar seguro. Allí en las alturas los dúos del sol me sanaban e iluminaba, allí en las alturas creía poder con todo.
Ahí en esa ilusión adormecida y agotada me sentía invencible, curado, sobrenatural y encontraba la calma y la paz para dormir, descansar y llegar al día siguiente.
Una mañana después de una noche de perros y mientras esperaba con mi madre visita de seguimiento en el Hospital de Can Ruti con la Dra Morilas, no sé por qué compartí estas visualizaciones con la hermana de otro paciente de la doctora que luchaba contra el mismo virus que yo y con quien compartí miedos, inyecciones y pastillas de colores. Hubo un momento que bajó la mirada de su heano me cogió la mano y me dijo que tal vez la vida no estaba hecha para ser eterna pero que personas capaces de imaginar así de bonito la hacían infinita.
Meses después, el día del funeral de su hermano cuando nos abrazamos me dijo “Jorge, ahora tienes también sus alas”. Aún hoy estoy en sesión y puedo sentir las 4 alas.

Por eso estas frases en sesión me hacen ver también las alas de quien tengo delante. Siempre se dio vergüenza explicarlo o reconocerlo, a veces escribí sobre aquellas fantasías, me daba miedo que no se entendieran y nunca las publiqué. Ahí siguen escondidas, esperando el momento.
Recordarlo ahora y recordar sesiones como esta me hace tomar conciencia de cuánto estoy de cerca de las personas que acompaño y trato de ayudar, y que yo (como ellos) cuando decimos que dejamos la vida “en manos del universo”, lo cierto es que somos nosotros quienes, silenciosamente, nos estamos preparando para volver a tomarla entre las nuestras.
Inevitablemente me sucede que, mientras alguien intenta no romperse delante de ti, también te recuerda cómo aprendiste tú a no romperte. Y en ese espejo tan humano, tan frágil y tan verdadero, sucede algo que transforma por igual a paciente y terapeuta.
No es la primera vez que he escrito sobre alas, pero es la primera vez que explico por qué y de dónde vienen.
Ahora sabrá, esta paciente y todos los que lo son,han sido y serán, que ese buscar fuerzas para coger la vida entre las manos también lo hice yo, varias veces y no tan bien como lo están haciendo ellos. Qué lujo ser testigo…
Qué lujo seguir imaginándome que algunos tenemos alas.
Qué afortunado de tener 4.
Jorge Juan García Insua