
–Jorge! Te acuerdas cómo me felicitabas en las sesiones? Hoy me han felicitado y casi han repetido tus palabras! Cómo me he acordado de ti!
Hacia tiempo que no sabía nada de ti y no te imaginas como me ha gustado recibir tu mensaje.
Algo que aprendí en mi formación como psicólogo y luego trabajé en la de Coach fue a hacer consciente a la persona que tengo delante del valor y la importancia de cada uno de los pequeños pasos y logros que consiguen dar. Y desde entonces es uno de los momentos mágicos que tiene una sesión y que luego repasamos en la sesión de cierre. Cuando nos reconocen crecemos emocionalmente y esto tiene un valor inmenso.
En situaciones donde estamos pasando por momentos emocionalmente difíciles y dolorosos acostumbramos a centrarnos en todo lo que hacemos mal o que nos hace daño y en cambio, nos cuesta reconocer nuestros propios logros y valorar cuánto esfuerzo nos llevó conseguirlos. Acompañar en ese proceso y reconocer a la otra persona la importancia de ese esfuerzo y del logro alcanzado permite mirar al futuro con confianza, autoestima y con la seguridad de que podemos conseguir nuestras metas cuando nos centramos en ellas.
Cuando haces ese reconocimiento de forma sincera y con la gratitud de quien comparte algo tan intimo contigo, la persona que tienes delante encuentra la confianza y la fuerza en las experiencias del pasado donde ya demostró que era capaz. Y entonces sencillamente brilla y hace brillar porque sólo es grande en la vida quién sabe vivir siendo pequeño.
Él dio durante varias semanas un paso tras otro, siempre avanzando, superando limitaciones, miedos y aceptando que errores cometemos todos pero lo que nos hace grande es cómo los reconocemos y aprendemos de ellos, aunque a veces esto nos lleve tiempo.
Demasiadas veces le habían inculcado e insistido en lo “malo” y a pesar de quererlo con el alma no habían sabido reforzar todo lo bueno que había en él… hasta que la maldita ansiedad dio la voz de alarma y llegó a mi.
Al finalizar la última sesión hizo algo especial. Sentado frente a mi sacó un pañuelo de su bolsillo y al abrirlo había un trozo de lazo rojo, el mismo que utilice en la segunda sesión para regalarle una pulsera que anclara sus esfuerzos, sus mejoras y le recordara cuando lo necesitara todo bueno que hay en él.
– Jorge me gustaría dártelo para que cuando lo necesites recuerdes todo lo bueno que hay en ti y todo lo que has hecho por mi y por muchos otros. -Y escuchándolo sentí que el «niño» era adulto y que los últimos coletazos de la adolescencia estaban entre aquel pañuelo de papel.
Ninguno de los dos pudo evitar emocionarse, le di las gracias con los ojos llorosos por compartir algo tan bonito conmigo y le dije que me entregaba un lazo infinitamente más valioso que el que yo le había dado porque éste que ahora yo tenía dentro la lección más hermosa que un todavía adolescente estaba dando a quien le había acompañado en sesión durante varios meses. Recuerdo cómo nos despedimos con un Shimura Sinpachi y un abrazo.
Hoy uno de mis hijos ha abierto el cajón donde lo guardaba y al preguntarme le he hablado de ti y de lo que significa ese lazo… para ti y sobretodo para mi. A estas alturas empiezan a entender que detrás de todo lazo hay una historia. Durante unos segundos me lo he puesto para sentirlo y conectar con él, contigo, dejándolo luego en el comedor, a la vista… hasta que el corazón me diga que debo volver a guardarlo.
Hoy me has recordado lo bueno que hay en mi. Coger el lazo y recordar tus sesiones me ha estremecido y ha reforzado los pasos que quiero dar y hacia dónde dirigirme. Tú y yo hemos conectado en el momento y lugar apropiado… para enseñarme…como debe ser… como siempre sucede.
La vida es un rompecabezas donde no siempre las piezas encajan a la primera pero todas tienen su lugar y por qué. Gracias por recordármelo y reforzarme… y gracias por mantener nuestro lazo.

Jorge Juan García Insua
Shimura Sinpachi: “Si no dejas de mirar atras, tropezarás cada vez que intentes avanzar hacia delante”